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Consumidores consentidores
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Consumidores consentidores

Actualizado 28/04/2017
Manuel Rodríguez Fraile

Consumidores consentidores | Imagen 1En la página 2, rincón inferior derecho de la edición de 18 de abril del periódico El País, un lugar discreto y poco destacado, podíamos leer el titular: Desnudos ante los abusos de la globalización textil. Su contenido hacía referencia a la falta de reglamentación para que las empresas textiles europeas que fabrican en países empobrecidos respeten unos mínimos derechos laborales y medio ambientales en dichos países. En primera página, esquina superior izquierda un titular destacado en negrita, eran unas palabras de Chistine Lagarde, Directora del Fondo Monetario Internacional: Esperamos una reforma del mercado laboral en España. Ambos temas relacionados con el trabajo, pero separados por mucho más que una página, separados por un inmenso abismo no sólo geográfico ya que la página 2 hacía referencia a la situación laboral en India, Bangladesh o las maquilas de Centroamérica.

Hace 4 años, abril de 2013, en Bangladesh, el gigantesco taller textil Rana Plaza se derrumbó causando 1.138 muertos y más de 2.500 heridos. Entre los escombros del inmueble, junto a las víctimas, se encontraron etiquetas y papeles de empresas como el Corte Inglés, Mango y Zara, C & A, Kik y WallMart o la marca irlandesa Primark.

Algunas de estas firmas pertenecen al empresario leonés Amancio Ortega, hoy expresidente de Inditex y Zara, creador de referencias como Pull & Bear, Bershka y Oysho, y propietario del grupo Massimo Dutti y Stradivarius, lo que le permite estar entre la 10 personas más rica del mundo.

Mientras, en las 8 plantas del Rana Plaza, más del 80% de la mano de obra lo forman mujeres, adolescentes y niñas que trabajan sin contrato, en condiciones insalubres, en jornadas semanales extenuantes que superan las 72 horas por salarios inferiores a los 30 euros al mes, la voracidad de los empresarios prioriza el logro de beneficios económicos y esto se anteponen siempre a la seguridad de los trabajadores y unos salarios justos.

Para dar un toque humano a su enorme trayectoria como "maquilador[i]" profesional, la Fundación Amancio Ortega dono el pasado mes de marzo al Servicio Navarro de Salud 5,7 millones de euros para adquirir nuevos equipos de última generación para el diagnóstico y tratamiento del cáncer, una excelente noticia que sin duda salvara vida pero yo me pregunto ¿cuántas vida se hubieran salvado hace 4 años en el Rana Plaza si el señor Amancio Ortega hubiera invertido esos 5,7 de euros en mejoras la seguridad del edifico y las condiciones laborales de las personas que en el trabajaban?

El periódico El Mundo[ii] en su edición digital de 26 de abril de 2013 titulaba: La tragedia en Bangladesh destapa "los talleres de la miseria". Una miseria que debe referirse, en mi opinión, más a los que consienten sin hacer nada y miran hacia otro lado que a quienes sufren las consecuencias de una avaricia desmedida. Es bueno que no olvidemos que en esos talleres se fabrica gran parte la ropa que consumimos y vemos en nuestros escaparates y de la que ignoramos el origen, no porque sea complicado saberlo sino porque no nos interesa y así nos convertimos en consumidores consentidores en una sociedad de consumo.

Creo que los dos artículos citado de las página 1 y 2 del periódico El País deberían intercambiar su localización porque la prensa puede y debe jugar un importantísimo papel a la hora de desenmascarar la injusticia y la corrupción no sólo en nuestro país. Creo que Amancio Ortega puede hacer mucho para cambiar las cosas sólo con dar ejemplo, sin necesidad de gastar millones de euros. Creo que resignarse a todo esto mengua cada vez más nuestra dignidad, nuestra humanidad. Y creo que como dijo la defensora de los derechos de las mujeres y escritora gallega, Concepción Arenal: "La injusticia siempre es mala, pero es horrible ejercida contra un desdichado".


[i] Realizar [un taller de un país con mano de obra barata] el ensamblaje de productos que requieren trabajo manual o unitario y que tienen como único destino un país desarrollado. La palabra maquila se originó en el medioevo español para describir un sistema de moler el trigo en molino ajeno, pagando al molinero con parte de la harina obtenida

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