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La lluvia de abril
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La lluvia de abril

Actualizado 17/04/2017
Lorenzo M. Bujosa Vadell

En mi isla a quien es poco espabilado se le suele decir que "le falta la lluvia de abril". Por eso, para evitar un futuro aciago para su sobrino mayor, mi tío Miguel, cuando yo escasamente sobrepasaba los diez meses, me sacó al patio en la primera oportunidad que tuvo con el fin de que se regara mi abundante calvorota -de pequeño tenía menos pelos de tonto que ahora-. Es discutible la eficacia de tan drástico procedimiento; lo que no es discutible, según fuentes autorizadas, es que el muchacho grande se llevó la bronca de la temporada y el pequeño se incomodó hasta romper a llorar. Posiblemente no en ese orden?

Uno, al que le gusta el progreso, pero que también es amante de ciertas tradiciones, pretendió hacer lo propio con sus tres herederas, con alevosía y diurnidad, por aquello de que: "ante la duda, mejor que sobre, que no que falte". A la mayor después de nacer le pilló una larga temporada de lluvias, así que, para asegurar, se la sacó varias veces bajo el alto cielo de los Villares de la Reina, que sin duda es distinto al de Mallorca, aunque sospecho que también para el caso vale -en esta ocasión, por cierto, también había calvorota-. Con la segunda, que nació en abril, hubo una duda metafísica, pues un servidor no sabía si la lluvia válida era la del mes en que nació o la del mes en que cumplía un año. Dio igual: se la sacó en ambas ocasiones, aunque su madre tal vez se entere ahora. En cualquier caso espero que ya haya prescrito todo lo que fuera prescribible? Y a la pequeña, ya con el padre mayor y por supuesto resabiada por sus dos hermanas, pues no se sabe si fue mojada o no en el mes oportuno, pero está claro que no le hacía ninguna falta.

Pensaba yo todo esto, con honda y sincera preocupación, porque por mucha voluntad y mucho tesón, por muchas ganas de tener al niño espabilado ¿qué se hace en un mes de abril como este en que lo que menos hay es lluvia? Luego dirán que cuando lleguen a la Universidad la culpa es de la enésima reforma educativa, pero no: les faltará el agua de abril. Menos mal que yo, si llego a esas alturas, ya estaré más que jubilado.

Tal vez estemos a tiempo de arreglarlo: primero habrá que comprobar que haya niños nacidos, cosa que ya voy yo dudando. Si en su caso los hubiera, habría que pedir cita al Sr. Obispo, por si tiene a mano las rogativas de precepto y a ver si sabe qué Santo conviene sacar en procesión, porque con los que han salido en Semana Santa parece que no ha bastado. Tampoco hace falta que sea Santa Bárbara, porque hemos hablado de llover y para eso no es necesario que truene, no vaya a ser que asustemos más de la cuenta al tierno infante y le causemos un trauma mayor, de esos que no se quitan ni con aguarrás, y sea peor el remedio que la sequía.

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