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Desde el Golfo de Darién.
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Desde el Golfo de Darién.

Actualizado 04/02/2017
José Ramón Serrano Piedecasas

Hace años, Rubén pasaba por un "mal momento" y decidió irse a diez mil kilómetros de distancia a escribir, según dice, en el lugar donde encalló en 1801 la expedición de Alexander Von Humboldt. En el aeropuerto de Montería le espera su amiga. Ella, profesora de una universidad bogotana y poeta en ciernes, le ha prestado una cabaña de su propiedad en Playa Blanca. "Toma las llaves que te vaya bien con Doña Soledad". Rubén se quedará allí quince días. El Caribe en todo su esplendor. Cocoteros, caracolí, matarratón, ceiba tolú, naranjuelo, olla de mono, samán y zarza. Habitados por iguanas, babillas, culebras, hicoteas, salamandras y camaleones. Arenas blancas y agua tibia. Pelícanos, goleros, gaviotas, gavilanes garrapateros y garzas volando; caimanes, delfines, tiburones ojichicos, mojarras, róbalos, jureles, sierras cojinúas, juanchos y pargos chinos nadando. Corales. Cangrejos moros, manzanillas y rojos, tortugas de cuello torcido, allá, a lo lejos, entre los manglares inmensos que se extienden hasta el golfo de Darién. Y todo eso?Y todo ese inmenso, deslumbrante espectáculo habitado por "palenqueros", raizales y mulatos. Negros cimarrones huidos de Cartagena de Indias y aquí refugiados. Perseguidos, entonces, por encomenderos empuñando cruces forjadas en Toledo y hoy por los estancieros y sus guardias pretorianas, los "narcos" y la pobreza más completa. Ciento veintisiete kilómetros de costa liberada, punto ciego, que se utiliza de "escampadero" para las bandas de los llamados "desmovilizados". Las bandas de Don Mario, de los Paisas, los Rolos, los Rastrojos prestan sus servicios a los insaciables propietarios de la tierra y a los narcotraficantes. "A mi país lo están acabando, a mi país lo están desangrando, son unas ratas" canta el rey de los corridos prohibidos Uriel Henao. Tristes trópicos. Para llegar hasta Playa Blanca hay que pasar por San Antero. Población compuesta por negros, mulatos e indígenas zenú y embera. Aquí no hay turistas. Es decir, lo que son dólares o euros agitando sus rosadas carnes al son de cumbias, lambadas y ballenatos, ni uno. San Antero palenque bullicioso repleto de ociosos jóvenes, pequeños negocios e iglesias evangélicas con grandes letreros advirtiendo al transeúnte: "Jesús es la salvación". La casa prestada está en el extremo de un pequeño condominio situado a unos escasos cien metros de la orilla del mar. Caminando por ella se alternan estaderos techados con hojas de palma y pista de cemento. "La mejor rumba y diversión" convive con otros letreros en los que se vuelve a recordar "Si quieres sentirte bien busca a Cristo". Junto a esas precarias discotecas un rosario de pequeñas viviendas-restaurantes. En ellos se ofrecen a cualquier hora del día y parte de la noche pescado frito, sancocho, bollos con coco, guarapos?.. Más adelante se alinean casas de veraneo. Enormes construcciones pretenciosas y disparatadas. Propiedades, muchas de ellas, de las familias de los grandes narcotraficantes: los Londoño, los Escobar y así hasta llegar a Punta Bonita. Ruben conoció allí a la menuda Merly, callada, altanera y de grandes ojos. Una gacela negra perseguida por todos los varones de San Antero, donde vive. Va y viene con sus óleos que vende a los turistas en Playa Blanca. Rubén le compró uno de ellos, sin conocerla, años atrás en Bogotá. Pinta lo que ve: manglares, playas enceguecidas, calles aplastadas por el sol del mediodía, instrumentos musicales amontonados, obscenas azucenas abiertas y pájaros. Dos épocas en su quehacer artístico. La primera, colores planos, dibujo ingenuo y naturalidad junto a mucho talento. La segunda, después de pasar por un taller de pintura local, transparencias, claro oscuros, perspectivas y mucha academia ramplona. Los admiradores opinan de su obra: "Mire doctor igualito que una fotografía" Ella se siente muy orgullosa de sus habilidades y mira con desconfianza a Rubén que alaba sus primeras obras y no las últimas. Melry iba todas las tardes a visitar a Rubén. Se tumbaba en una hamaca e iniciaban una larga charla. Lleva tatuado en su antebrazo izquierdo un 666. Seña de identidad de los seguidores del apóstol José Luís de Jesucristo y no de Belcebú. El tal José Luis es oriundo de Puerto Rico y telepredicador en Miami. Fundador del "Ministerio Creciendo en Gracia". Algunos apuntes doctrinales. Igual da hacer el bien o el mal. No existe el pecado. No existe el libre albedrío. Hemos venido a este triste mundo, a cumplir una misión impuesta desde arriba. Ejemplo: Judas vino para traicionar a Jesús de Nazaret y el Che para hacer la revolución. Una vez rematada la faena, el espíritu asciende a otro mundo superior, perfecto, gobernado por Jesucristo. Dios es quien, desde el principio de los tiempos, elige a los integrantes del Ministerio y adscribe a cada uno de ellos un ángel de compañía. No obstante, los enemigos irreconciliables, los que morirán como perros, los espíritus que se extinguirán junto a sus cuerpos por siempre jamás, serán los integrantes de la religión católica. Pregunta Ruben: "¿no crees que se debería intentar algo para hacer más habitable este mundo?" Respuesta: "siempre habrá ricos y pobres" (llegan suspiros de alivio desde el barrio madrileño de Salamanca). "La vida, lo que se dice la vida, no está aquí, está allá" Y lo dice con unos ojos repletos de certeza. La pequeña Melry le deja unos recortes de periódico para que se empape de la doctrina salvadora. Rubén acribillado, no por las saetas de los incrédulos (y de los crédulos), más bien por las picaduras de los jejenes se traslada al Ocean's y allí sigue escribiendo, leyendo y hablando con todo el mundo. Un día, antes de su marcha, algo le impulsa a irse a un hotel de Montería. Al llegar, experimenta un dolor inaguantable en el pecho. A lo largo de la noche ese dolor se va diluyendo entre quejidos. Llega a Madrid. De nuevo, otro ataque de las fuerzas oscuras, o quizás redentoras, dirigido, lo que se dice, al corazón.

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