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Las Candelas y la desazón de san Blas
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Las Candelas y la desazón de san Blas

Actualizado 03/02/2017
Eutimio Cuesta

Las Candelas y la desazón de san Blas | Imagen 1

Estas dos fiestas abren el portón del mes de febrero. Y, cuando se acercan, se me escapan los refranes que soltaba mi abuela: "Por san Antón, la buena ave pon; por la Candelaria, la buena y la mala". Y aquel otro que pone por testigo a san Blas: "Por san Blas, una menos y otra más": merman las noches una hora, y se alargan los días una hora más". Fiestas tradicionales que se vivían con gran fervor, y esperadas por los muchachos, pues esos días no había escuela.

Las candelas se señalan para el 2 de febrero. Había misa cantada, y, a continuación, procesión alrededor de la iglesia. La imagen de la Virgen de las Candelas portaba una vela con un lacito azul y, sobre sus andas, dos pichones. El personal, que asistía al ceremonial, también se dejaba acompañar por una vela, más sencilla que la de la Virgen. Si se entraba en la iglesia, tras el ritual, con la vela encendida, buen año de uva; si se adentraba con la candela apagada, augurio de mala cosecha. Se rezaba el rosario durante la procesión.

Esta fiesta tiene su origen en el episodio bíblico de la presentación del Niño Jesús en el templo. En ese instante, la Virgen llevaba en su mano una candela y el Niño, un pajarito; a la vez, la Virgen se sometió al rito de la purificación, como indica el pasaje del Levítico que dice: "Cumplidos los días de su purificación, presentará, ante el sacerdote, un cordero primal como holocausto y un pichón o tórtola en sacrificio de expiación por el pecado".

Estas son los motivos por los que la Virgen llevaba la candela y los pichones sobre las andas, en conmemoración de estos pasajes bíblicos.

Esta fiesta es hoy un recuerdo.

San Blas es una de las fiestas que aún se sigue celebrando en nuestros pueblos. San Blas casi gana en fama y devoción a san Antón en el mundillo rural. Como san Antón fue eremita en una cueva del monte Angeus; tuvo sede episcopal; lo de médico me lo creo menos, lo que sí supo ganarse la amistad de los animales, a los que socorrió en ciento de ocasiones y de los hombres. Se cuenta de que salvó a un niño que se había atragantado con una espina de pescado, y de este hecho, le viene el nombramiento de Patrón de los enfermos de garganta y de los otorrinolaringólogos. Fue torturado y ejecutado en la época del emperador Licinio a principios del siglo IV. Y su admiración fue tal, que se comenta que, solo en Roma, se llegaron a contabilizar 35 iglesias bajo la advocación de san Blas.

Pero san Blas es también el Santo protector de muchos Ayuntamientos. En mi pueblo, la festividad de san Blas, de larga tradición, aún se sigue celebrando, aunque con menos relumbrón. Hay misa, convite y la comida tradicional con los miembros del ayuntamiento y sus auxiliares, pero hasta ahí queda el programa; en cambio, en otra época, era una de las festividad de mayor suntuosidad, en la que el pueblo se veía protagonista, porque sentía el ayuntamiento como cosa propia, que nos representaba. Los niños íbamos a misa con las cintas anudadas al cuello, para que nos las bendijera el sacerdote. Las lucíamos durante unos días para que nos hicieran efecto y, después, se guardaban hasta el año venidero. Hasta en las cintas, se notaban las clases: había niños que llevaban el cuello saturado de cintas, mientras otros, llevaban una y con tono desvaído; y se ha perdido una de las costumbres más entrañables de la fiesta de san Blas: después de misa, el alguacil visitaba todos los hogares del pueblo con la cayada bendecida por san Blas, y acariciaba, con ella, las gargantas de todos los miembros de la familia. Se le obsequiaba con alguna cosilla bien en especies, bien con algún dinerillo. El síndico se encargaba de preparar la comida en su casa para toda la corporación municipal, y de contratar a los dulzaineros para el baile de la tarde.

De unos años a esta parte, le veo a san Blas un tanto desazonado. Yo diría preocupado y sorprendido. Creo que echa de menos aquellos consistorios, en los que el alcalde y los regidores eran una auténtica corporación municipal, y el pueblo se sentía identificado y representado en su actuación; en cambio, hoy no es así. El grupo que manda, ningunea al adversario, eliminando así el carácter integrador, participativo y democrático de los concejos y de los ayuntamientos. Hoy, en los pueblos, con esta actitud mediocre y estrecha, se está minando la convivencia y fomentando la división entre los vecinos: los míos y los otros, con distinto miramiento y trato. Hoy, en las sesiones no hay debate, llega a la mesa municipal el pan cocinado, a expensas de que se le ponga el sello; y a la oposición, solo se le deja intervenir en el apartado de ruegos y preguntas; y las respuestas suelen demorarse o se despachan con una sonrisa vejatoria. Y es lógico que san Blas prefiera quedarse en su nicho o reservado en la sacristía, antes de presenciar estas escenas deplorables.

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