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Mártires por la libertad
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Mártires por la libertad

Actualizado 27/01/2017
Marta Ferreira

Mártires por la libertad | Imagen 1

El pasado martes 24 de enero se cumplieron 40 años del asesinato de los abogados laboralistas de Atocha. No podemos permitirnos el lujo de olvidarlo. Lo que allí sucedió fue el pistoletazo de salida para la recuperación definitiva de la democracia y del Estado de Derecho en España. Hubo un antes y un después tras la masacre colectiva de aquellos abogados que defendían los derechos de los trabajadores, algo tan sencillo y razonable en un régimen democrático, pero que ponía en cuestión las bases de la dictadura en un momento de especial dificultad para el proceso de la Transición española. Aquel asesinato colectivo terrible, del que fue una de las víctimas el abogado salmantino Serafín Holgado, se cebó en una clase aparentemente conservadora y hasta reaccionaria para algunos, los que la conocen mal y desde fuera: la de los abogados.

Un compañero me ha relatado cómo conoció él los hechos, que le afectaron muy profundamente porque había sido compañero de curso en los salesianos de Serafín Holgado. Aquella tarde iba a comprarse unos zapatos y en la que hoy es calle Azafranal, y entonces llamada José Antonio, se encontró al abogado Julio Fernández Segura, con quien había estudiado la carrera, y por lo que muchos otros me han relatado, una mente jurídica privilegiada. Julio se le aproximó y a media voz, casi saltándosele las lágrimas, le dijo: "Ha habido un atentado en el despacho en el que me formé y del que salí para ejercer en Salamanca, uno de los asesinados es Sera Holgado". Mi compañero se quedó de piedra, no podía creérselo, la brutalidad del hecho era tal que parecía imposible que hubiera ocurrido en aquel momento en España.

El país quedó conmocionado y el Gobierno de Suárez, consciente de la pinza que quería provocar la extrema derecha abortando el cambio recién iniciado, pretendió pasar página de la manera más discreta posible. El PCE no aceptó, pero tampoco, y me enorgullece decirlo, el Colegio de Abogados de Madrid, que presidía un abogado conservador, Antonio Pedrol Ríus, y de cuya Junta formaba parte, entre otros, Antonio Garrigues Walker. Pedrol se posicionó claramente ante los abogados, en sus antípodas ideológicas, que vinieron a exigirle una respuesta clara: "Es un crimen político contra la libertad de la abogacía y la defensa de los derechos de los ciudadanos. La capilla ardiente se instalará en la sede del Colegio de Abogados de Madrid". De allí salió el cortejo fúnebre, seguido por miles de personas a lo largo de su trayecto y controlado en su seguridad por el servicio de orden del PCE. Tras los féretros, revestidos con sus togas, los integrantes de la Junta del Colegio de Abogados de Madrid que habían sacado a la calle los féretros, con Pedrol Ríus a la cabeza, como imagen viva de que aquel atentado no era solo contra unos abogados con unas determinadas connotaciones ideológicas sino por encima de todo contra unos abogados que habían cumplido con el deber máximo de un profesional del derecho: defender a quien lo tiene, sin interferencias de ningún tipo, y los trabajadores españoles tenían ese derecho. Visiblemente por primera vez los madrileños podían contemplar también a Santiago Carrillo, secretario general del PCE, que aquel día puso de relieve su imprescindible reconocimiento.

El féretro con el cadáver de Serafín Holgado vino a Salamanca para recibir sepultura en su tierra. El funeral tuvo lugar en la Catedral Vieja de Salamanca y lo presidió el jesuita Juan José Coy, un hombre progresista y profesor en nuestra Universidad. A la salida me han contado quienes allí estuvieron, en medio de un silencio absoluto, comenzó el traslado hasta el cementerio. Muchos que quisieron estar presentes no pudieron más que acercarse hasta las cercanías del cementerio porque cientos de personas llenaban los aledaños. Se despedía a un hombre que luchó por la democracia, pero también a un abogado, que creía que los trabajadores se merecían una justa defensa y quería dedicar su vida a ello.

En Madrid y también en Salamanca, los miles de ciudadanos que salieron a la calle para acompañar el entierro, eran personas que detestaban la violencia, que ansiaban una salida pacífica a la dictadura que habían padecido, y de muy variada ideología. El silencio y el orden que en todo momento presidió los actos, dejó muy en claro que lo que estaba en juego era la convivencia que unos pistoleros de extrema derecha habían querido cortocircuitar porque sabían que se había iniciado un camino irreversible. No fue un jaque contra el PCE sino contra la libertad y la democracia. Contra el Estado de Derecho que se ponía en marcha.

Yo no estaba allí, aún no había nacido, el relato fidedigno lo he recibido de quienes presenciaron aquellos hechos del mes de enero de 1977. Seis meses más tarde fueron las primeras elecciones generales, con el PCE ya legalizado, y muchos supieron que en buena parte se debió a la sangre de estos mártires por la libertad. Eran abogados, eran idealistas, y entregaron su vida por un ideal de justicia y democracia. Nunca deberíamos olvidarlo, sería ingrato que lo hiciéramos.

Gracias, colegas, gracias, abogados. Os mataron pero seguís vivos.

Marta FERREIRA

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