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Infancia aterida
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Infancia aterida

Actualizado 23/01/2017
Antonio Matilla

Infancia  aterida | Imagen 1

Estremecen algunas de las imágenes que nos llegan de los refugiados?o de los que buscan refugio, sobre todo en estos días tan fríos en algunos países de Europa. Estremece, sobre todo, ver a los niños, cuarenta mil de los cuales están sin familia?

El estremecimiento a causa del frío es una experiencia que hay que haber vivido no un día o un rato, que por ahí hemos pasado todos, sino durante una temporada larga. La experiencia no puede ser virtual, la imaginación y la memoria corporal necesitan asideros reales, congelados o ardientes.

En esta época de emergencia energética para muchas familias, quiero hacer un homenaje a la briqueta de polvo de carbón y a todo lo que simboliza. Tuve la suerte de crecer en un barrio de ferroviarios. Casi todas las familias vivíamos en casitas de planta baja, sin aislamiento térmico, ni cristal climalit en las ventanas, húmedas y heladoras la mayor parte de ellas, cuando no construidas ilegalmente, por la noche, porque un tejado levantado de noche, destinado a cobijar una casa familiar, no podía, por ley, ser derribado de mañana. Los salarios eran exiguos, las familias, numerosas y las necesidades, muchas. ¿Cómo sobrevivir y crecer y madurar entre tanto frío y pobreza?

Los ferroviarios, como otros colectivos, tenían el colchón protector del Economato, donde las familias podían adquirir alimentos básicos, medicinas preventivas (calcio20, por ejemplo, para los huesos de los niños)?o combustible. El combustible en mi pueblo de origen era la paja, que se iba convirtiendo, poco a poco, en borrajo una vez encendida la lumbre, y era avivada algunas veces con sarmientos secos. La leña, y no digamos la de encina, era un artículo de lujo. Allí cocinaban las mamás y las abuelas, se secaba la ropa en los días húmedos y rezábamos el Rosario o escuchábamos al abuelo leyendo historias, novelones o cuentos, mientras nos salían cabrillas en las pantorrillas infantiles?y sabañones. Pero aquello era calor de hogar en todos los sentidos, aunque la ropa oliera a humo. A humo de pajas?

En las casitas del barrio del Rollo, como en el resto de barrios populares de la ciudad, las casas eran tan pequeñas que no tenían espacio para almacenar paja, así que el calor necesario procedía de la "cocina económica" o de una estufita cilíndrica que había en un rincón, convenientemente protegida para que los niños, o los ancianos, no nos quemáramos. Cocinas o estufas funcionaban mejor con carbón, pero la Renfe y su Economato ponían a nuestra disposición briquetas como pequeños ladrillos o bolitas almendradas, fabricadas con polvo de carbón ligeramente humedecido y prensado hasta darle consistencia suficiente.

En una economía todavía de subsistencia, antes de que se fabricaran los "seiscientos" en Martorell o los "cuatro cuatro" en Valladolid y debutara el desarrollismo, y se importaran los TAF (tren automotor Fiat con motor diesel), o circulara la virguería tecnológica nacional del Talgo (tren automotor ligero Goicoechea Oriol, fabricado con un aluminio similar al de los aviones trimotores Junkers 52), el transporte de mercancías y personas se hacía con locomotoras de vapor que funcionaban quemando carbón?Las briznas de carbón y el polvo que, necesariamente, se iba acumulando en las carboneras, se reciclaba de esta manera, en briquetas, para aprovecharlo en la casa.

¿Y dónde y cómo bañar a los niños? En el minúsculo patio interior, al aire libre, a mediodía, aprovechando el sol luminoso del invierno, niño y agua caliente en una pozaleta?agua extraída del depósito que la cocina económica tenía en un lateral para aprovechar el calor residual.

Ya adolescente, cuando apretaban los exámenes de Bachillerato, no pocas veces, despertado por mi madre -¿cuándo dormía?- encendí la cocina económica a las cinco de la mañana y estuve estudiando en la cocina dos o tres horas mientras mis hermanos pequeños aún dormían. Sólo una noche tuve que despertar a mi padre, alarmado, porque en la cocina hacía excesivo calor. El hollín de la chimenea se había incendiado y el tejado de la casa corría grave peligro. Mientras mi padre se ponía el pantalón ?la camisa no daba tiempo- yo llené un cubo de agua, él fue a buscar una escalera, trepó por ella al tejado y fue derramando poco a poco ?el vapor podía quemarle- agua por el tubo de la chimenea hasta apagar el incendio. En la mañana siguiente, un vecino deshollinador acabó de limpiarla y dejarla útil para otra larga temporada. La serenidad, la planificación y la ejecución inmediatas de mi padre me asombraron. Y en camiseta de tirantes a las seis de la mañana en invierno.

La semana próxima, si el Sr. Trump me lo permite, trataré de homenajear a los ecologistas de los años cincuenta y sesenta que vivían en la Calle Filipinas. El barrio del Rollo es que "era mucho"?Infancia  aterida | Imagen 2

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