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Y de todo, Julio Robles, me quedo con tu sonrisa
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Por Ana Pedrero, periodista

Y de todo, Julio Robles, me quedo con tu sonrisa

Actualizado 14/01/2017
Ana Pedrero

Pienso entonces en la vida arrebatada aquel enero frío, aquel 14 de enero. Cuarenta y nueve años -casi casi los que yo ahora tengo- son demasiados pocos para morirse, aunque sean dieciséis más que los que tuvo Cristo. Y hoy son dieciséis sin ti

El sol ha salido hoy en Salamanca, pero aquel día hizo frío, mucho frío, un frío que aún corre por las venas de quienes cada 14 de enero ponen flores a tus pies, de quienes cierran los ojos y aún te ven espigado y en majestad en las plazas, clásico, sobrio, puro, torero.

Y de todo, Julio Robles, me quedo con tu sonrisa   | Imagen 1El sol ha salido hoy en Salamanca, pero aquel día hizo frío, mucho frío. El frío de la muerte en los pasillos de la Santísima Trinidad; el frío de la muerte corriendo de boca en boca, en voz baja, como una maldición que nadie se atrevía a pronunciar, tan de repente: Julio Robles ha muerto.

Atrás quedaba la infancia en La Fuente de San Esteban, el pueblo torero por sus cuatro puntos cardinales; el toreo en vena, la elegancia en el porte, el capote prodigioso, los carteles con nombres ya míticos, los miles de kilómetros de plaza en plaza a este y al otro lado del océano y faenas imborrables.

Atrás quedaba también aquel 13 de agosto en Béziers, cuando un toro te quebraba la médula y la vida como torero para comenzar una titánica lucha como hombre amarrado a una silla de ruedas y dejando volar los sueños hasta tocar el cielo años después en casa de Ponce, a hombros de hombres y toreros. Espejo de hombres y toreros desde tu potro de acero y tu voluntad de hierro.

Cada año cuando se acerca enero repaso lo ya escrito, lo que otros dijeron de ti y me faltan las palabras y se me desborda la pena, la admiración y también la ternura. Miro y admiro las fotos en blanco y negro, la belleza de cada lance, ese toreo sin tiempo que se posaba en el ruedo, el magisterio, la personalidad por los poros, eterno Julio Robles. Torero.

El sol ha salido hoy en Salamanca, pero aquel día hizo frío y quedaba coja para siempre la terna con Su Majestad El Viti y con Capea, que perdía a su eterno rival, a su eterno amigo, que entraba por su propio pie en la gloria, libre ya de las ataduras de la tierra, imborrable en la historia y en el corazón, tantos corazones rotos, Salamanca la blanca de luto.

Regreso entonces a mi propio corazón, al frío de aquel enero frío; al privilegio que tuve de disfrutarte y compartirte en las cercanías en los últimos años; a las sobremesas junto al fuego en casa de Ángela y Perico al lado de aquella chimenea donde lucía, enmarcado, uno de mis primeros artículos, cuando daba pasos torpes y voluntariosos por el universo del toro.

Regreso a la paz de las noches de aquellos inviernos, Alfonso Eterno Navalon, Alfonso Navalón Grande Tan-Grande, sentado en la mesa peinando canas y magisterio; regreso a tu mantita de cuadros sobre las piernas y los amorosos cuidados de Limo, el fiel Limo que tanto quiero, mi Limo querido; a tus ojos vivos y tu sonrisa devorando vida, ajeno a la muerte que te sobrevolaba, tan cabrona.

Pienso entonces en la vida arrebatada aquel enero frío, aquel 14 de enero. Cuarenta y nueve años -casi casi los que yo ahora tengo- son demasiados pocos para morirse, aunque sean dieciséis más que los que tuvo Cristo. Y hoy son dieciséis sin ti.

Y pienso entonces que ese traje en bronce que te abraza junto a La Glorieta es el traje blanco y oro de cabos negros que no llegó a tiempo al hospital con el perfume dolorido de un patio de cuadrillas, como escribió el maestro Perelétegui con el alma cosida a cada palabra. Y a todos los que nombro, vivos y muertos, os rezo y recuerdo con amor cada día por el inmenso regalo que me hizo la vida.

Y de todo, Julio Robles, me quedo con el hombre que me enseñó que es posible vencer a la muerte en vida, y soñar, torear cada día y ponerse en pie incluso condenado a una silla.

De todo, Julio Robles, me quedo siempre con tu sonrisa.

Ana Pedrero

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