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Del viejo y del nuevo año
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Del viejo y del nuevo año

Actualizado 08/01/2017
Redacción

30/diciembre/viernes

Es fecha navideña, que encierra alegría. Pero para mí no del todo. Porque tal día como hoy, a las 2 y media de la madrugada, hace 20 años, murió mi madre. Fue en el Hospital Virgen de la Cocha de Zamora. Sufrió un infarto en Nochebuena, en casa de mi hermano Justo, y resistió cinco días. Yo estaba en Barcelona con la familia de mi mujer y regresamos de inmediato al conocer la situación.

El infarto le fue paralizando poco a poco todas las funciones del organismo, superando el dolor a base de los medicamentos que le administraban los médicos. De inmediato nos dijeron que no tendría salida, que sólo era cuestión de horas o días. Y así fue. La muerte siempre es el final, "lo último", decía mi madre. Cuando murió estábamos los dos solos, hablando. Ella me dijo: "Vete a casa, y cenas, que en la nevera hay de todo; no te quedes aquí." Pero yo, por supuesto, no le hice caso. Después, de una forma muy sencilla, se despidió: "Creo que esta vez no es como otras veces en las que he tuve que ser ingresada; esta vez me parece que es más grave; hijo, creo que en esta ocasión no podré superarlo." Y cerró los ojos para siempre. La habitación se convirtió en el escenario callado que emana de una tristeza infinita. Tuve que salir a buscar a una enfermera y decirle: "mi madre ha muerto". A los pocos segundos llegó el médico y confirmó el deceso. Al principio no me salieron las lágrimas; estaba confundido, superado. Quise siempre mucho a mi madre, correspondiendo, sólo en parte, lo que ella me quiso a mí. Después estuve llorando horas y horas sin parar. La muerte de mi madre ponía punto y final a un tiempo. Había un antes y un después. Mi padre había muerto el mismo año, el 3 de enero. Mal año 1996.

Después la trasladamos al tanatorio, a donde acudieron familiares y amigos a darnos el pésame a la familia. Más tarde el traslado a la iglesia de Cañizo, donde se ofició el funeral, y desde allí, al cementerio. Duros momentos en los que se mezclan los abrazos, las lágrimas, los recuerdos, el mármol, las cruces y la tierra. Y algún poema al aire, en forma epitafio, de obituario, de oración. Hacía frío, la cencellada, extendida por todos los campos, se fundía con un cielo gris. El cura pronunció el último responso mientras el cuerpo de mi madre, en el ataúd, se introducía en las profundidades de la tierra, camino de no sé dónde. Después en fila, a la salida del cementerio, nos situamos los hijos y el resto de la familia. Allí, como es costumbre, nos dieron el consuelo de despedida las personas del pueblo que, lentamente, se fueron yendo hacia sus casas.

En el trayecto entre el cementerio y el pueblo, tengo una bodega subterránea, tan de propia de estas tierras. Al pasar junto a ella pensé que la vida es lo que es, y da lo que da de sí, y que uno debe siempre aprovechar el tiempo, disfrutar lo máximo posible sin hacer daño a nadie, y vivir, porque vivir es nuestro oficio. "¿ Por qué debo temer a la muerte? ? se preguntaba Epicuro. Si existo no estoy muerto y si estoy muerto no existo. ¿ Por qué he de temer lo que no existe si yo existo?" Juego y lenguaje filosófico que demuestra que la muerte forma parte de la vida y que por eso se le quiere sortear. Mi amigo, ya ausente también, Millán Rojo, siempre decía que la muerte castiga más a lo vivos, que son los que más sufren ante la desaparición del ser querido, que el muerto pasa a descansar en ese sueño eterno indescifrable. Ante la muerte siempre me vienen a la mente aquellos versos de San Juan de la Cruz: "a la tarde de la vida te examinarán en el amor?" , que canta el coro de mujeres de Cañizo con profundo entusiasmo cuando el motivo lo requiere.

Por la noche cena con Santiago Nájera, Amado Aliste y nuestras mujeres. Cariño a raudales, risas por doquier, comida y bebida abundantes, y críticas simpáticas al ausente Ventura Zamora. Prefirió irse a Nueva York a pasar estos días. El año pasado se fue a Australia. O sea, que se va acercando. Desde aquí le enviamos mensajes y fotos con la opípara mesa mientras le recomendamos que él se meta a alguna hamburguesería a matar el frío y hambre. Viajar es muy bonito, y muy ilustrativo, pero el condumio, fuera de España, no es igual, excepto si te gastas el capital que no tienes en algún restaurante de postín.

Dos veces he estado en Nueva York, y en las dos he podido comprobar que es la capital del mundo. Deslumbrante todo, además de esos edificios soberbios que tocan el cielo y que hay que mirar de espadas con la cabeza hacia atrás para conseguir una visión más sobrecogedora. Nueva York es, de todas formas, esa ciudad conocida gracias a las películas. Es un gran escenario, con el atrezzo siempre dispuesto. De las alcantarillas sale ese vaho tan característico que se forma por el contraste que produce el calor que se sale del interior al fundirse con las temperaturas frías del exterior. La primera vez que fui hacía tan sólo cinco meses que habían sido derribadas las torres gemelas. Los comercios cercanos exhibían los escaparates llenos aún del polvo que produjeron los edificios al caer. La zona estaba rodeada de vallas provisionales y la sensación era de inmensa tristeza. Nunca se podrá olvidar aquel once de septiembre de 2001. El impacto de los dos aviones pilotados por terroristas suicidas cambió el mundo. La guerra convencional cambiaba la forma y modo de ser ejecutada.

31/diciembre/sábado

Punto final a un año cruento, difícil, complejo, como todos en este primer cuarto del siglo XXI. Los atentados del yihadismo en Francia, Bélgica, Egipto, Alemania y Turquía, entre otros lugares del mundo, dominan la escena internacional. La guerra de Siria ha superado los peores augurios y se ha convertido en el epicentro de un mundo violento, criminal y deshumanizado. Los refugiados de ese país, y la maldita forma de tratarlos en muchas países, se ha convertido en la muestra más evidente del deterioro que sufre la Humanidad.

Cuando hace quince años visité Siria, nunca pude imaginarme que pudiera ver, poco tiempo después, a muchas de sus ciudades destruidas por las bombas. En televisión he visto un reportaje de Alepo absolutamente destrozada. El zoco que visité entonces, uno de los más genuinos de todo Oriente Medio, era irreconocible. La ciudad de las nubes grises, de panza de burro, se ha convertido en un inmenso cementerio al aire libre. Siento una profunda pena, la misma que me lleva a Palmira, donde en aquel viaje admiré la grandiosidad de unos edificios romanos increíbles que ahora están destruyendo los miembros del autoproclamado Califato, el Estado Islámico inexistente que tiene infinidad de ramificaciones y geografías. El turista, o viajero, siempre ve el mundo de colores; lo malo llega cuando se tuercen las circunstancias y las armas cambian la vida de los pueblos. Es lo que le sucede también a Egipto, que tras la "primavera árabe" y los enfrentamientos en el país se ha convertido en un erial; muy pocos son los que se atreven a visitar el país más sorprendente del mundo. Y el problema es que la falta de divisas genera otros problemas añadidos: más paro y más pobreza, justamente los caldos de cultivo para los yihadistas. O sea: todo se convierte en un círculo vicioso. Desde luego, yo no puedo olvidar las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos. Entré en esta última y aún tengo sobrecogida el alma, sobre todo al arrastrarme por un hueco donde sólo cabía una persona y con el miedo de que otra hiciera lo propio para salir. Mi amigo Ildefonso Segovia intentó entrar, pero a los dos metros le dio un ataque de pánico y tuvo que dar marcha atrás. El gran museo de El Cairo, el barrio copto, lugar cristiano que ha sufrido recientemente el ataque yihadista, el río Nilo, Karnak, el Valle de los Reyes, el Valle de las Reinas, la tumba de Tutankhamon?,tantas cosas, tanto, más de 3000 años de historia antes de Jesucristo, la pirámide escalonada de Zoser, en Saqqara, Menfis, impactante ese mundo de dioses, diosas y faraones. Lo grave ahora es que sin el dinero del turismo ese inmenso patrimonio se deteriorará a marchas forzadas. Terrible; no se sabe dónde puede acabar tanta riqueza cultural.

Por la noche la cena de las uvas al ton y el son que marca el reloj de la Puerta del Sol de Madrid. La televisión hoy lo acerca todo: a la tranquilidad de casa, a los restaurantes o a cualquier otro lugar dispuesto al cotillón masivo. Los españoles a las 12 en punto de la noche nos disponemos a seguir primero los cuartos del famoso reloj y después los segundos que nos llevan al año siguiente, en este caso del 16 al 17.

El reloj de la Puerta del Sol cumplió el 19 de noviembre 150 años. Se puso en marcha en 1866, durante el reinado de Isabel II. El relojero fue el leonés José Manuel Rodríguez Conejero, quien habiendo sido pastor en su pueblo un buen día se echó el hato al hombro, cogió el dos, y se marchó a Puebla de Sanabria para después pasar por Extremadura, llegar y Madrid y hacerse un nombre en el oficio en Londres y en la Europa del siglo XIX. Un buen día decidió cambiar su segundo apellido por el de Losada, se supone que en homenaje y recuerdo a Quintanilla de Losada, localidad a la que pertenecía Iruela, su lugar de nacimiento en 1801 ( o tal vez, según el escritor Adolfo Alonso, en 1797). Así lo recoge en un reportaje muy elaborado el historiador Enrique Berzal y publicado en "El Norte de Castilla". Otras fuentes creen que el eminente relojero leonés pudo nacer en Canueto. En cualquier caso, fue tal prodigio de la relojería que tantos años después la gran mayoría de españoles nos metemos en el nuevo año bajo la precisión del tic-tac del famoso reloj de Losada.

En esta fecha final del año 2016 murió José Ángel Sánchez Asiaín, calificado como el primer banquero moderno de España. Fue presidente del Banco Bilbao y posteriormente del Banco Bilbao Vizcaya, tras una fusión. Las crónicas reflejan que fue el primero en introducir en España el dinero de plástico, o sea, las tarjetas de crédito y débito, esas que han sustituido al dinero de papel. Las mismas que ahora están camino de perecer por la fuerza emergente del teléfono móvil, ese aparato del que todos somos drogodependientes. Ya pronto no correrá el dinero, ni de papel ni de plástico: todo será digital a través de la pantallita del teléfono. ¡Los tiempos avanzan que es una barbaridad!

1/enero/domingo

Llamo a mi hermano Gilio, que hoy cumple años. 69 nada menos. Vive en Francia desde hace 40. Se casó con Nicole, una profesora francesa que iba a Cañizo a aprender español, y se fue en busca de otro mundo. Lo encontró, y a él se aclimató. Me cuenta que a través de Internet ha dado con el un viejo compañero que jugaba con él al fútbol en el Somió de Asturias. Le ha hecho mucha ilusión hablar con él después de tanto tiempo. Se llama Silverio y me dice que era muy buena persona. Han quedado en verse cuando venga a España. Las nuevas técnicas de comunicación están cambiando las relaciones de forma absoluta, para bien y para mal. Se ha perdido la carta, la vieja de carta familiar y de amistad, pero se ha ganado en sorpresa y rapidez. Personas perdidas en el tiempo y olvidadas se reencuentran por los caminos de Twitter, Instagram o Facebook después de décadas de olvido.

Mi hermano siempre que hablamos por teléfono me pregunta por el tiempo. Le digo que llevamos varios días con cencellada. Y que hace mucho frío, ese frío seco y crudo en torno a los 5 grados bajo cero. "Sé muy bien qué es la cencellada, y cómo es ese frío", me dice. Mi hermano Gilio fue agricultor muchos años y sufrió en sus carnes la crudeza del clima castellano. "En Francia se creen que en toda España hace sol, como en la playa, y no saben que el frío de aquí no tiene que envidiar al frío de ningún sitio". El honor del que hacemos gala los castellanos, y leoneses, ese del patrimonio del alma calderoniano, nos obliga a reivindicar el frío si es necesario. Que quede claro. Ni en esto, ni en nada, nos ganan los franceses. Bueno, tal vez París sea más bonito que Madrid y que el mundo rural, el campo y la campiña, están mucho más cuidados. También tienen vinos sublimes y grandes intelectuales. Y una rica historia, no exenta de guerras y crueldades, como nosotros mismos. Sí puedo asegurar que Nicole, mi cuñada, es una maravilla.

Francia ya hace tiempo que dejó de ser nuestra enemiga de la Guerra de la Independencia. Los tiempos cambian, afortunadamente. Lo cual tampoco nos debe llevar a hacernos unos "afrancesados", como aquellos de 1812, y menos si son del estilo de Le Pen. Ahora bien: por una Europa de verdad, unida, y no de corte egoísta, nacionalista, simple y mediocre como ahora, yo estaría dispuesto a dejar toda identidad. Vamos, que español hasta la médula, pero muy lejos de las ideas carpetovetónicas que tanto nos caracteriza.

5/enero/jueves

Noche de Reyes Magos. Todos los canales de televisión nos llenan de imágenes de cabalgatas por toda España. La vieja tradición tiene cada año más fuerza. Es la reacción a Papá Noel, Santa Claus y el resto de intrusos navideños. El oro, el incienso y la mirra seguirán dominando la escena. Todos los niños, de la ciudad y del mundo rural, pueden estar tranquilos: los Reyes Magos no les fallarán nunca en esta España bíblica. Muy diferente era antes, hace cincuenta años, cuando los Reyes Magos se olvidaban de los pueblos porque no querían pasar frío. No nos traían nada, si acaso unas peladillas y unas cagadas de gato, que así llamaban en Cañizo a unos humildes mazapanes. Eso era todo. A mi hermano Justo, que era, y es, el mayor, un buen día le trajeron una bicicleta, la misma que después los Reyes Magos le regalaron a mi hermano Gilio y después a mi. Los Reyes Magos ahora, con las nuevas vías de comunicación, llegan a todas partes, y la abundancia de regalos desborda a los niños, a todos los niños, ricos y pobres, urbanitas y rurales. Esta España no la conoce ni la madre que la parió. Pero los niños actuales, los jóvenes incluso, ya nacidos en la abundancia, no lo saben.

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