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Reyes
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Reyes

Actualizado 06/01/2017
Juan Robles

¿Sabemos por qué, para qué y cómo?

Reyes | Imagen 1

Desde hace algunos años ha ido ganando puntos la tradición de Papá Noel, que antes apenas era conocida, y menos aún practicada, entre nosotros.

Nuestra tradición ha sido siempre la de los Reyes, aunque en los últimos años haya ido decayendo, o haya perdido razón de ser y contenido, sobre todo en las despampanantes Cabalgatas, llenas de apariencia, de despilfarro y de mezcolanzas ilusorias, más que de presencia de verdadera ilusión y, desde luego, alejadas, en la mayoría de los casos, del sentido originario ofrecido por los evangelios cristianos.

Aunque tampoco los evangelios hablan de Reyes que hayan venido a adorar al Niño Dios recién nacido, y a ofrecerle sus regalos de oro, incienso y mirra. Los evangelios nos hablan de Magos (por eso, los Reyes Magos, que decimos nosotros), o más bien de hombres sabios que dedican su vida a investigar la verdad de los acontecimientos que afectan a la vida de los hombres.

Por eso, los hombres sabios de Oriente ?magos o astrólogos--, que habían descubierto en sus investigaciones el brillo especial de una estrella, trataron de interpretar su significado y encontraron que quería señalar la llegada o el nacimiento del Rey de los Judíos. Éste sí, Rey de verdad. Y quizá por eso se haya pensado que a adorar a un Rey no correspondía menos que los que lo buscan para adorarlo sean también reyes como él.

Hoy los Reyes son esos hombres misteriosos, vestidos como reyes y con corona real, que vienen repartiendo dones maravillosos, no sólo para el Niño de Belén, sino para todos los niños.

¿He dicho todos? Ojalá que así fuera. Pero hay muchos niños, sobre todo de los países pobres, a los que no visitan los reyes ni les dejan los juguetes de ilusión deseados, y acaso pedidos en una carta cargada de garabatos.

Hoy hay muchas personas, además, a las que no les gusta hablar ni que se hable de reyes. Eso les suena a las monarquías tradicionales o, aunque sean las modernas y parlamentarias, prefieren el sistema republicano y condenan todo tipo de realeza.

Y, sin embargo, ya hemos dicho que, en los evangelios, cuando se habla de Jesús, se le denomina, y se le considera, como el Rey de los judíos. Nombre que le acompañó desde el inicio del evangelio de Mateo, en el episodio de los Magos, que vienen a adorar al Rey de los judíos que acaba de nacer, pasando por los que se beneficiaron de la multiplicación de los panes y los peces, que intentaron declararlo rey, hasta figurar como título solemne al final de su vida en la cruz. El cartel que señalaba la causa de su muerte decía en latín, griego y hebreo: "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos".

Condición real de la que participarán, además, según la tradición cristiana, todos los creyentes y bautizados. El bautizado participa de la triple condición de el Cristo: es profeta o maestro, sacerdote y rey. Los bautizados somos también reyes. Somos "señores", "dueños" y beneficiarios del Reino de Dios. Dominamos o reinamos sobre nosotros mismos, sobre la naturaleza y el universo, y sobre la marcha histórica o evolución, tantas veces controvertida, de la humanidad.

Hasta la liturgia cristiana proclama esta condición cuando canta: "Pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal". Participamos en esa gran dignidad y nos orientamos hacia ese maravilloso destino. Y con qué estilo regio debiéramos actuar en nuestra vida y en nuestras relaciones humanas, así como en el gobierno del universo estelar.

Reyes, reyes, reyes. Actuemos con la dignidad que esa condición nuestra lleva consigo. Que la descubran y admiren todos los hombres. Que se sientan todos invitados a tomar parte en esa maravillosa condición.

Que los reyes vengan cargados de regalos. Pero, sobre todo, que nos hagan partícipes de ese gran regalo que nos convierte a todos los que queramos, y así lo creamos, en magníficos, deseados y realizados reyes que tomen parte en la distribución de los regalos que el mundo espera de las alturas y de todas las fuentes de ilusión.

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