Mi vecino sibilino

(los bomberos, descendiendo de la torre de San Julián el día de San Silvestre)

Pues, señor, estaba yo el día de San Silvestre a las 12, 45, a punto de salir de casa bien embozado para asistir al acto homenaje a Don Miguel de Unamuno que se desarrollaba en Bordadores, junto a su estatua, para conmemorar el octogésimo aniversario de su fallecimiento, cuando recibí la llamada de un feligrés de San Julián: "¡Antonio, que están aquí los bomberos con una escala y van a subir a la torre! Pues ¿qué pasa? No sé. Me dice el bombero que si hay tejas de la torre que se han caído o están a punto de caerse voladas por el viento. ¡Pero si no hay viento! ¿Y quién ha llamado a los bomberos? Parece que un vecino, que lo ha visto desde arriba, será desde su casa, que se verá el tejado de la torre. ¿Y por qué no le ha dicho nada al párroco o a alguno de los voluntarios que cuidan la iglesia? No sé, pero ya están subiendo la pluma con la canastilla y un bombero dentro de ella. Bueno, voy para allá.

Es una gloria tener vecinos tan inteligentes, tan preocupados por el Patrimonio de esta ciudad monumental, tan celosos de la salud de los demás vecinos, tan capaces de imaginar un futuro cercano o lejano, pero siempre catastrófico. Y tan sibilinos. Porque hay que ser exquisito y sibilino de pensamiento para imaginar, en un día sin viento, con la atmósfera absolutamente estable por el anticiclón, que una ráfaga de viento huracanado iba a hacer volar alguna teja removida por las palomas y hacerla estrellarse contra la cocorota de un pacífico ciudadano. O ciudadana, como la Sra. Agripina, que sufrió el ataque de una teja invisible, que salió volando desde su propia casa hasta romperse en su cabeza, sin causarle por suerte ningún daño ni lesión grave.

El ciudadano o ciudadana vecino o vecina, sibilino o sibilina, que llamó a los bomberos podría haber llamado a los párrocos (nuestros teléfonos son públicos y publicados), con lo que nos habría ahorrado, al menos, la minuta del cuerpo de Bomberos; año nuevo vida nueva, seguro que él se ofrecerá a pagarla; o simplemente le dio demasiada pereza bajar hasta la puerta de la iglesia de San Julián a tomar nota de los teléfonos. O puede ser un ciudadano/a que no conoce la ciudad ni a los párrocos y que, por tanto, tampoco sabe que durante el año 2016 -¡hace una eternidad!- la iglesia ha estado durante meses rodeada de andamios porque se estaba realizando una reparación integral del 80% del tejado. Ni sabe que la cuenta corriente de San Julián ha pagado los 100.000,-? de la restauración, con el apoyo de la de San Martín y de la de San Sebastián, y habiendo adelantado el obispado el importe íntegro de la misma a modo de préstamo.

Es de notar que la decisión de afrontar la citada restauración de gran parte del tejado de San Julián tuvo su origen en otro vecino y feligrés que me hizo saber el mal estado aparente del tejado porque lo veía constantemente desde su casa situada en alto y tuvo a bien advertirme a tiempo. Inmediatamente subimos a su casa para comprobarlo, llamamos a la Delegación diocesana de Obras y comenzamos los trámites de la restauración, que culminó antes de un año a partir de ese primer aviso de un buen vecino y feligrés.