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En el confín
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En el confín

Actualizado 04/01/2017
Manuel Alcántara

No es frecuente tener la sensación de estar en el límite de lo conocido. Como soy de tierra adentro esa situación me ocurre sobre todo al borde del mar, de ciertos litorales animados, sin duda, por el relato que me hace conocer de historias locales que se convierten en cosmopolitas, del significado del sitio en que me encuentro. Ese sentimiento de estar en el último rincón, ignorando ahora algún desierto o la montaña, lo he tenido en cuatro lugares, que posiblemente escojo de manera arbitraria. Se trata de un fiordo en Islandia, la costa lluviosa de Chiloé, la vertiente sur de Tasmania y la Costa da Morte en Galicia. Sin constituir los cuatro puntos cardinales de una bitácora no hay duda de que configuran una especial rosa de los vientos de mi vida.

Asomarse a un acantilado conteniendo el vértigo, deambular por una playa desnuda, recibir el azote del viento mojado, ver el tintineo del faro lejano en el anochecer, generan emociones que acentúan el ensimismamiento haciéndote sentir insignificante. Poco importa el idioma en que estén escritos los rótulos locales, solo el volar universal de las gaviotas, el intenso aroma del salitre marino o las olas rompiendo contra los farallones, dan sentido a lo que vives. Si hay suerte puedes contar con una mano a tu alcance que al apretarla te de un calor especial para ayudarte a superar el estremecimiento por la profunda orfandad que te invade.

Supongo que se trata de conmociones universales repetidas periódicamente lo que hace que festejar el ritual del Año Nuevo carezca de relevancia cuando se está en el confín. En Ézaro las cosas parecen tener un sentido distinto. No sólo porque la cascada es a su vez una evidencia pertinaz de las formas variopintas en que puede manifestarse el agua, en este caso la de un río desesperado que se precipita abruptamente en el mar, sino porque el horizonte grisáceo del océano que envuelve al Finisterre te avisa de que nunca hay un año nuevo. Algo que no es solo puro convencionalismo sino una forma inequívoca de querer evitar toda situación que te ponga al borde, una demanda urgente de estar en el centro. Dejar de estar en la orilla en este lugar remoto es a la vez un deseo contradictorio de búsqueda de la seguridad en certezas que se alzan imprescindibles y de permanencia en la siempre cómoda extravagancia.

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