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La muerte, el cuerpo y la vida
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La muerte, el cuerpo y la vida

Actualizado 11/12/2016
Redacción

Durante el mes de noviembre solemos dedicar una mayor atención a nuestros seres queridos que ya han dejado esta "triste vida corporal", como la califica la letra del famoso Misterio de Elche.
Es interesante esa referencia a lo corporal. Solemos pensar nuestra vida como una peripecia psicosomática. Nuestro espíritu se manifiesta en nuestro cuerpo y a través de él. Y nuestro cuerpo trasciende la mera carnalidad material. Somos un encuentro fecundo y provocador entre el viento y el barro. No es ociosa esa imagen bíblica de la creación.
Pues bien, a lo largo de nuestro recorrido por este lugar y este tiempo que nos concentran y nos sitúan, nos vemos como señores libres. Nos creemos dueños de nosotros mismos, de nuestro recuerdos y proyectos, de nuestro pasado y de nuestro futuro. Controlamos el terreno que pisamos y las tierras que todavía deseamos conocer.
"Tal era yo entre los guerreros, si todo no ha sido un sueño" Es impresionante esa observación de Néstor que se recoge en el canto XI de la Ilíada. ¿Será todo un espejismo? ¿Es la vida "una ilusión, una sombra, una ficción"? ¿Tendrá razón Segismundo cuando piensa en su prisión que "toda la vida es sueño"?
De hecho, la muerte viene a "desengañarnos". El sueño de la muerte ¿no será un despertar? Ya decía Tagore que "la muerte como el nacimiento, es propia de la vida. Andar es tanto levantar el pie como bajarlo al suelo". Lo cierto es que el espíritu nos desvela la fragilidad del cuerpo. Y el cuerpo nos revela finalmente el sentido de los vuelos del espíritu.
¡El cuerpo! Tan ensalzado y mimado muchas veces. Tan despreciado y mal utilizado en tantas ocasiones. Tan débil en su grandeza y tan grande en su debilidad. Al final ?justamente al final- descubrimos que el cuerpo nos abre a la verdad, nos enfrenta al problema diario del vivir y nos abre una rendija para atisbar la luminosidad cegadora del misterio.
El cuerpo es un cuasi-sacramento de la finitud y de la infinitud del hombre, de su hartazgo y de su hambre, de su fatiga y su descanso. Nuestro cuerpo nos recuerda que no somos solo un amasijo de células. Pero al mismo tiempo nos advierte que no somos dioses. No somos dioses todavía. Porque Dios nos ofrece un "admirable comercio".
El Señor se hace siervo, para que los seres humanos podamos al fin llegar a participar de su señorío. Él se abaja para que nosotros podamos ascender. Dios se hace hombre para que los hombres podamos vivir la vida de Dios.
Evidentemente, nos engañó la serpiente. Podemos llegar a ser como Dios. Pero no por medio de la magia del fruto de un árbol, sino por la entrega del Hijo de Dios, el fruto de otro "árbol único en nobleza".
José-Román Flecha Andrés
La muerte, el cuerpo y la vida | Imagen 1
CIEGOS Y SORDOS
"Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará, y volverán los rescatados del Señor" (Is 35,5-6). ¡Palabras, solo palabras! Así responderá el que considere esta profecía de Isaías como un utópico e

increible poema de promesas imposibles.

Sin embargo, el pueblo de Israel creyó que aquellas imágenes poéticas podían anunciar una realidad posible. Y así fue. El imperio opresor cayó como todos los imperios. Un rey venido de fuera concedió la libertad a los pueblos oprimidos. Y los hebreos vieron en la salvación que se les ofrecía "la gloria de Dios y la belleza de su Dios".
El salmo responsorial nos une a aquella esperanza renacida al evocar aquellos mismos portentos que significan y anuncian una salvación integral (Sal 145). Nos ayudan, además, las palabras de la carta de Santiago: "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor... Manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca" (Sant 5, 7-10).
LAS DUDAS
Juan Bautista había sido elegido como profeta y se esforzaba en transmitir la llamada a la conversión. Pero, recluído por Herodes en una mazmorra, debió de sufrir el asalto de las dudas (Mt 11, 1-11). ¿Sería Jesús el Mesías que él había anunciado o habría que esperar a otro? A los mensajeros que le envío, Jesús respondió con hechos cumplidos.
? "Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo". Junto al Jordán se habían encontrado el Precursor y el Anunciado. Ahora ambos recurren a discípulos que pasen la pregunta y la respuesta. "Id a anunciar". ¿Nos hemos preguntado alguna vez si estos mensajeros no reflejarán la humilde misión que nos ha sido confiada?
? "Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Esos son los hechos que dan fe de la autenticidad del Mesías. En él se cumple la antigua profecía de Isaías. ¿No reflejarán esos hechos ese servicio a las personas que se espera de nuestra misión?
Y LA DICHA
De todas formas, el texto nos sugiere que Jesús ha captado las dudas que asaltan a Juan el Bautista. Y no quiere ignorarlas. Al contrario, en su pregunta adivina la incertidumbre de los que, a lo largo de los tiempos, se preguntarán por la señas del Mesías y de su misión.
? "Dichoso el que no se sienta defraudado por mí". En aquel tiempo, muchos esperaban un Mesías guerrero que se levantara contra Roma, como Judas Macabeo se había sublevado contra la tiranía de Antíoco. Pero Jesús se presentaba como humilde y manso de corazón.
? "Dichoso el que no se sienta defraudado por mí". En aquel tiempo, algunos esperaban que el Mesías les concediera puestos de honor para brillar en medio de su pueblo. Algo de eso pretendían los discípulos Santiago y Juan. Pero Jesús les invitaba a beber su propio cáliz.
? "Dichoso el que no se sienta defraudado por mí". En estos tiempos, como en aquellos, no faltan los que piensan que el Mesías ha de revelarles todos los misterios de la naturaleza y de la historia. Pero Jesús nos propone solamente la sabiduría de la cruz.
- Señor Jesús, enséñanos a reconocerte como eres en realidad y ayúdanos a acogerte como nuestro Salvador. Abre tú nuestros sentidos y danos generosidad para anunciar a los pobres de forma creible la Buena Noticia de tu Reino.¡Ven, Señor Jesús!
José-Román Flecha Andrés

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