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La enfermedad y el remedio
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La enfermedad y el remedio

Actualizado 05/12/2016
Redacción

Tras el último debate de investidura nadie podrá llamarse a engaño. El PP es consciente de que no tiene mayoría suficiente para sacar adelante su programa y, salvo C´s que le mostró su apoyo en ese momento, el resto de partidos también dejaron muy clara su intención de oponerse a cuantas propuestas consideren contrarias a su ideal. A pesar de ello, Rajoy no tuvo inconveniente en postularse como Presidente del Gobierno. Alguien que ya ha pasado por esas responsabilidades, es de suponer que habrá sopesado las probabilidades que tiene de salir airoso en su cometido.

Si estuviéramos hablando de un país distinto a España, un Presidente elegido por 169 diputados -137 suyos y 32 de C´s-, siendo 176 la mayoría absoluta, no debería pasar demasiados apuros, porque se supone que en el amplio espectro político del Parlamento hay otros partidos que no deben considerarse forzosamente opuestos a una política análoga a la que prolifera en la mayoría de naciones de nuestro entorno. Pues no, señores, en España este razonamiento no vale. Aquí conjugamos muy bien el verbo "oponerse" y no tan bien los verbos "escuchar", "razonar", "dialogar" o "pactar". Analizar a fondo la naturaleza de cada problema y su viabilidad es algo que, por lo que se ve, no está a nuestro alcance. Además, esta sociedad está alumbrando una juventud que, salvo excepciones, se apunta a la ley del mínimo esfuerzo. Somos el país "anti": anti-Constitución, anti-reválidas, anti-sacrificio, anti-esfuerzos, anti-abnegación y, ya de puestos, anti-religión, anti-policías, etc. Como no es bueno generalizar, somos pro-aborto, pro-permisibilidad en el consumo de drogas y alcohol, pro-disminución de las penas y "pro" todo aquello que se acerque al libre albedrío y a bordear peligrosamente la legalidad de las decisiones. Lo nuestro es pedir que alguien solucione mi problema, pero que no me molesten mucho; ah, y si no hay dinero, que lo busquen.

Quienes pensaran que, con ciudadanos cansados de tantas campañas electorales encadenadas que no han solucionado el impasse, sería conveniente no estirar la cuerda y forzar unas nuevas elecciones, es que no acaban de conocer a nuestros esforzados políticos. Sin que nadie se dé por aludido, y según lo que se deduce de algunas encuestas, todos sabemos qué partidos perderían escaños si se produjera nueva consulta y qué otros mejorarían su situación actual. Pues bien, a raíz de las primeras votaciones que se han efectuado en el Congreso para asuntos presentados a aprobación, da la sensación que el Gobierno , una de dos, o se baja los pantalones una y otra vez para que quien gobierne sea la oposición o, de lo contrario, no sacará adelante ninguna de sus medidas. Si el Gobierno nunca debe ser una apisonadora de la oposición, el uno y la otra deben anteponer siempre el bien común a los intereses personales o de partido. Pero también es lógico que el primero se empeñe en sacar adelante aquellas medidas que claramente sirven para mejorar el bienestar de todos y que, por otra parte, son muy bien vistas por organismos y países nada sospechosos de estar haciéndonos la pelota. Temas como la unidad nacional, la lucha contra el terrorismo o la política exterior, deberían estar fuera de toda discusión, al menos para los partidos que se consideran "constitucionalistas". A pesar de ello, aún se producen "chirridos" periféricos que denotan la no unanimidad de algún partido. En asuntos como la educación, todos los partidos deben dejar de lado lo que su postura pudiera afectar a la cosecha de votos y reconocer, por fin, que estamos a la cola de las naciones en cuanto a nivel de conocimientos y, por el contrario, muy en la cabeza en abandono escolar y en facilidades a la hora de superar curso. Hay medidas que acarrean votos, pero también propician personas en inferioridad de condiciones con otros países.

Hemos visto que el remedio a la enfermedad que padece España no está en unas nuevas elecciones; el remedio está en hacer lo que se estila en países civilizados: emplear el sentido común. Si falta el sentido común y creemos que sentarse a dialogar de forma civilizada y sin pedir imposibles, supone solamente rebajarse ante el contrario, estaremos, de nuevo, delante de las urnas. ¿Nadie está dispuesto a consensuar? ¿Preferimos otras elecciones? Los políticos tienen la palabra.

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