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Como el rocío de la mañana
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Como el rocío de la mañana

Actualizado 20/11/2016
Redacción

Para conmemorar los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II, el papa Francisco nos exhortaba a celebrar un Año Jubilar de la Misericordia. Ese año especial se abría el día 8 de diciembre de 2015, es decir, el mismo día en que se cerraba el Concilio con aquella misa celebrada por Pablo VI en la Plaza de San Pedro. Así lo evoca ahora Francisco:
"Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido a la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe".
¿Cómo olvidar aquel talante, aquella alegría, aquella esperanza con la que Pablo VI nos despedía y enviaba "en el nombre del Señor"? Es de esperar que en este Año Santo hayamos podido renovar el entusiasmo de aquel nuevo Pentecostés y hayamos sentido "la responsabilidad de ser en el mundo un signo vivo del amor del Padre" (MV 4).
El papa Francisco decidió que el Año Jubilar se cerrara en la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, es decir el 20 de noviembre de 2016. Y añadía: "En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia" (MV 5).
De todas formas, este Año Jubilar nos ha dejado la ocasión de vivir de una forma renovada dos grandes realidades de nuestra fe. En primer lugar, la conciencia gozosa del don de la misericordia, con la que Dios nos acoge, perdona y acompaña. Y en segundo lugar, la tarea de la misericordia con la que hemos de escuchar, atender y custodiar a nuestros hermanos.
No ha sido solamente el brote de un sentimiento más o menos pasajero. Muchas personas han superado la tentación de la indiferencia ante los demás. Ha habido un resurgir de la conciencia de la fraternidad universal. Son muchas las iniciativas que han ido naciendo y adquiriendo cuerpo en el campo de la iglesia universal.
Evidentemente se podría haber hecho más y mejor, tanto en la celebración del perdón de Dios, como en la creación de nuevas estructuras de paz y de justicia, de reconciliación y de servicio. Esta es la hora de revisar los pasos dados y de pensar en enderezar el camino que nos queda por recorrer.
Con la fiesta de Cristo Rey no se cierra el horizonte. "Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que difunda su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el futuro próximo". Así lo ve el papa Francisco (MV 5).
José-Román Flecha Andrés
EL REY Y SU REINO
"Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel". Con estas palabras, los ancianos que representaban a todas las tribus de Israel, reconocían a David como rey. El que había gobernado desde Hebrón a las gentes de Judá hacía ahora un pacto con sus "electores" y se convertía en rey de todo el pueblo (2 Sam 5, 1-3).
El salmo 121 nos invita a hacer nuestra la alegría de las tribus de Israel que subían a Jerusalén "a celebrar el nombre del Señor". Al evocar esa subida jubilosa, seguramente pensamos que hoy se ha hecho difícil esa unidad para proclamar la grandeza de Dios. ¿Alguna peregrinación del año jubilar de la misericordia ha contagiado tanta alegría?
En el hermoso himno que se incluye en la carta a los Colosenses, san Pablo proclama la majestad que Dios ha concedido a su Hijo, por quien todo fue creado y que es anterior a todo. "Por él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20). Él es el Señor del universo.
Como el rocío de la mañana | Imagen 1
LA CRUZ COMO TRONO
No es ocioso mencionar la cruz de Cristo. De hecho, el evangelio que hoy se proclama nos recuerda que sobre ella se podía ver un letrero escrito en griego, en latín y en hebreo en el que se presentaba al condenado: "Este es el rey de los judíos".
Claro que no todos reconocían su majestad. El texto evangélico evoca tres tipos de burlas que se oyeron en torno a la cruz de Jesús:
? Las autoridades y el pueblo le echaban en cara que, habiendo salvado a otros, no pudiera salvarse a sí mismo. Según ellos, no era el Elegido por Dios.
? Los soldados, ciertamente extranjeros y mercenarios, miraban con desprecio a aquel que no demostraba ser el rey de los judíos.
? Finalmente, uno de los dos malhechores condenados junto a él pretendía que aquel que era considerado como el Mesías se salvara a sí mismo, y también a él le llegara la salvación.
Allí se daban cita tres presupuestos y tres intereses diferentes. Una razón religiosa, una visión política y un interés personal. Todos coincidían en esperar que Jesús bajara de la cruz.
EL HOY DE DIOS
Con todo, el texto evangélico pone en boca de otro de los malhechores una súplica que se eleva por encima de aquel griterío de desprecio y de blasfemia.
? "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Es la última súplica que viene desde el Antiguo Testamento. El condenado ha comprendido que Jesús tiene un poder que no reconocen los que se burlan de él. No es el poder mágico de desclavarse de la cruz. Es la autoridad del rey que puede recordar a los que han compartido su suerte y su muerte.
? "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Jesús responde con una promesa que caracteriza la llegada del Nuevo Testamento. Ese es el "hoy" de Dios. El hombre caído y su Dios se encuentran de nuevo en el paraíso. Un paraíso que no ha de ser imaginado como un lugar, sino como una relación de acogida y de misericordia.
- Señor Jesucristo, nosotros te reconocemos como nuestro Rey. Sabemos que tu entrega en la cruz nos ha rescatado del mal y del pecado. Tú eres nuestro Señor y nuestro Redentor. Atrae hacia ti nuestras miradas para que podamos vivir en el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Amén.
José-Román Flecha Andrés

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