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Hablar o callar
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Hablar o callar

Actualizado 19/11/2016
Fructuoso Mangas

La Feria de las vanidades Hace siglo y medio se publicó Vanity Fair y desde entonces no han cesado las adaptaciones, ensayos y películas sobre ese fenómeno humano que la novela describe. No se trata aquí de nada parecido, por supuesto, pero puede va

Hablar o callar | Imagen 1Hablar o callar o la pequeña feria de vanidades. Porque feria parece por la variedad de ofertas que de repente aparecen y de vanidades porque da la impresión de que todo es vano, sin calado y fofo. O sea vanidad.

Y con esto voy a meterme en un jardín, me lo sospecho y hasta puede ser que no tenga la razón. Pero prefiero decirlo antes de callarlo, recodando aquello de Don Sen Tob ya tan antiguo: Recelé que si hablase / enojo haría, / pero si me callase / por torpe fincaría. Bueno, vale ya, aunque mejor fuera callar con recato que hablar con torpeza.

Me refiero a esta estampida prenavideña que cada año comienza antes. Ya están las calles con sus consabidos adornos colgantes, como siempre a media distancia entre lo cursi y lo hortera, sin un detalle imaginativo que sugiera algo a quien lo vea. Quizás, por varias razones, no pueda ser de otra manera y tampoco las empresas del ramo ofrecen más surtido.

Y también están ya en curso los eslóganes navideños que marcas y comercios lanzan como lazo para colocar sus productos. Algunos con cierta dosis de incontinencia como ése de cierta cofradía, Mira el Gran mogollón del Cristo del Perdón, o algo parecido pues cito de memoria. Toda esta carrera comercial tiene su sentido ya que en esta sociedad estamos y vivimos y entre todos acabamos provocando estos hábitos para ese negocio tan antiguo de vender y comprar. Quizás lo que escapa a la medida y a cierta razón es ese excesivo adelanto, como si quien se adelantara más vendiera, que no es tal, creo yo. Y sobre todo el grosero intento de meter con el calzador de la Navidad cualquier cosa en la intención de cualquier cliente.

Y de otro aire y de más fuste me parece ese otro fenómeno, difícil de juzgar en su justo valor y que entra de lleno, y con más razón me parece a mí, en esa pequeña feria de vanidades en que se nos va la Navidad. Y cada año más. Me refiero a una serie muy variada de recursos para sacar dinero a la sombra, o a la luz, de la Navidad con un fin benéfico, que suele ser de pequeño alcance y flor de un día o dos. Y queda claro que cada ciudadano puede organizar lo que quiera siempre que se ajuste al respeto a las cosas y a las personas, pero también puede ser juzgado en el ejercicio libre de opinión que sobre él y sus acciones tienen los demás, guardando también el respeto a cosas y personas.

Y desde ese respeto me parece justo valorar buena parte de las iniciativas solidarias y benéficas que en estos días se promueven, desde las rifas o los rastrillos hasta la venta de artículos con fines altruistas. Hay que cuidar el fin y a mucha honra, pero también hay que cuidar los medios para que la acción sea digna, de calidad humana y verdaderamente solidaria. En muchos casos en este aluvión solidario no hay, me parece a mí, viejo testigo en esos campos, ni fundamento ni eficacia. Y con esto no descalifico, sino que califico, poniendo cada cosa en su valor y dando a cada acción su alcance real. De ahí la precariedad de tantas iniciativas que como setas de Navidad brotan en estos días, a veces sin experiencia o sin discreción ni autocrítica.

Y hablando de todo esto, antes y después y por encima y en medio y por debajo de todo esto está ese desafío fundamental en toda acción de caridad o de justicia: hacer ver razones y causas, poner por delante el empeño en dar y transmitir ideas antes que en sacar dinero o conseguir donativos, no separar la ayuda que se pide o se da de la denuncia justa que también debe darse, insistir en atajar o reducir causas sin descuidar remediar consecuencias y otras condiciones y cautelas. Esto es difícil y siempre costoso por la reticencia del ciudadano a cualquier invitación a pensar y distinguir, prefiere dar la ayuda y que le dejen tranquilo. Él queda a gusto y su dinero ha sido entregado a una buena causa; la buena obra queda hecha y todos tranquilos.

Pero si una organización que trabaja en cualquier campo de ayuda social intenta hacer ver, al pedir o recibir el donativo, la dignidad mínima que se requiere, las causas de esa situación y las consecuencias que de ella se están derivando o señalar alguna dejación o responsabilidad o promover un cambio de hábitos o actitudes? entonces con cierta frecuencia la organización de ayuda se queda sin el donativo y genera cierto rechazo al menos por el momento. Se rompe una simplificación -yo doy, tú recibes- que lo facilitaba todo y ese contratiempo se acaba "pagando" no pocas veces. Es más fácil conseguir dinero que transmitir una idea o asentar una convicción.

Pero la sociedad debe tener esto claro. Porque el ejercicio de una acción solidaria es cada vez más serio si no más necesario y urgente en una sociedad como a la que vamos, con desequilibrios crecientes y brechas más dramáticas. Por eso importa mucho, hasta por eficacia, actuar con rigor y profesionalidad en este campo de las acciones de dinero solidario, de su recogida y de su inversión.

Tampoco quiero ponerme solemne, que tampoco es para tanto y estamos en una sociedad libre y abierta, pero me parecía oportuno recoger y recordar estos matices que pueden tener su importancia social. Eso sí, por nada del mundo, y menos por una teoría sobre ayuda solidaria, querría yo molestar a nadie. Por eso reitero mi consideración y mi respeto.

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