Los perros de mi vida

Acabo de leer un ramillete de hermosas historias sobre perros. Y me han encantado. En mi casa siempre hemos tenido perro. Ahora vivo con mi mujer y dos niñas. A la mayor le pasa lo que a mí, que adora a estos seres increíbles. Hemos pactado con su madre y su hermana que, cuando tenga la edad suficiente para ser responsable, adoptaremos una mascota.

Mi vida casi se puede contar por los perros que hemos tenido. Primero el "Chispi", que era negrísimo y pequeñísimo. Después, la "Chispa", una mestiza blanca y negra que vino de Illescas. Menuda y lista. El perro al que más he querido en mi vida. Salió como una loca del portal y cruzó la calle sin mirar El único Renault 8 que había en el barrio le pasó por encima. El veterinario de guardia no la pudo salvar. Uno de los lutos más duros y clandestinos, un duelo que aún duele. Fue mi compañera en la calle, con los amigos, en las trastadas y los primeros amores. Testigo y confidente de mis inquietudes. Una auténtica amiga.

Para intentar paliar el daño de la pérdida mi vecino nos regaló a la "Iris". Me prometí no cogerle cariño. Y la quise lo justo. Mi hermana se ocupó de ella y vivió con nosotros dieciséis años. Toda una vida. Nos dejó cuando ya todos nos habíamos ido, cuando su recogido cuerpo pelirrojo no daba más de sí. Comenzó con algunos espasmos y se despidió de la forma más natural. Esperó a que nos juntáramos en casa de mis padres para irse en paz. Rodeada de hermanos y sobrinos.

Hoy hay perro en casi todas las casas de mi familia. Mis padres tienen al "Gufi", un caniche blanco que se encontraron en la calle y parecía huido de un circo. Mi hermana mayor al "Doby", que más que un chihuahua parece una centella . El siguiente hermano al "Cholo", un jack rusell jovencito del color y el tamaño de mi "Chispa" pero mucho más desobediente. Mi hermana pequeña, la de la "Iris" tiene ahora a "Kobe", hijo de "Gufi" y la perra de la vecina (que así escrito suena fatal); y mi hermano el pequeño se casó con mi cuñada y con la "Bolita", una Yorkshire Terrier muy buena y muy mayor. Sólo dos de los seis hermanos vivimos sin mascota, aunque nuestras hijas cojan perras con lo del perro.

Otros perros de mi vida han sido "Legrá", un gran mastín de color canela y collar de pelo blanco que sobrevivió a mi tío y a mi abuelo en Asturias. Que con dieciocho años, y sin poderse mover, tuvo que sacrificar mi primo con lágrimas en los ojos para evitarle sufrir más. El "Astur", que fue el primer perro guardián que tuvieron mis padres en la parcela donde viven actualmente. Un pastor alemán que cogió una enfermedad incurable en la piel. Después vinieron "Oso" y "Tula", dos mastines que trajo mi primo desde las montañas del Norte y que algún malnacido, alguna personuza que no llega a gentuza, envenenó.

Me ha dado por recordar a los perros de mi vida porque los relatos de Kipling, Chesterton o Virginia Wolf, me los han traído de nuevo a la memoria. Y al corazón. Porque los perros podrán ser irracionales ?aunque a veces no lo parezcan- pero su fidelidad, su nobleza y su cariño son eternos e innegociables.