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Agustín Castillas, el poeta de la arcilla
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IN MEMORIAM (Por Paco Blanco Prieto)

Agustín Castillas, el poeta de la arcilla

Actualizado 10/11/2016
Redacción

"Pierde Salamanca un talento natural, experto escultor, artista singular, mentor de aprendices, juicioso ciudadano y sabio de la vida, que con su testimonio de honradez personal y profesional, detestó el caciquismo dándome oportunidad de regalarle un cu

En el cementerio de cruces que guardo en el corazón desde niño, donde reposan las personas queridas que han partido, clava hoy la parca su estaca poniendo un aspa en la vida del maestro Agustín Casillas Osado, sin conseguir borrarlo de la memoria fiel de quienes tuvimos ocasión de convivirlo, amigarlo y disfrutarlo, nunca tanto como hubiéramos deseado.

Agustín Castillas, el poeta de la arcilla | Imagen 1Vaya mi testimonio público de sincera gratitud por su amistad, mi respeto a su honestidad artística, mi admiración a su obra, mi gratificación por su estímulo constante y mi devoto reconocimiento al empeño en que mis obras pseudievales salieran del taller de Vergara, antes de revelarme secretos de la escultura ocultos en los libros, solo al alcance de quien no merecía tanta generosidad.

Pierde Salamanca un talento natural, experto escultor, artista singular, mentor de aprendices, juicioso ciudadano y sabio de la vida, que con su testimonio de honradez personal y profesional, detestó el caciquismo dándome oportunidad de regalarle un cuadro inspirado en Castelao, honrándome al verlo colgado en una pared de su casa.

Enemigo de pompas, vanidades, chatarrería social y halagos gratuitos. Amante de la Zarzuela y del folclore español. Defensor de El Greco, Goya, el Renacimiento, y enamorado del cubismo. Entrañable nonagenario que prefería las legumbres al marisco, tomaba vino en la taberna, bromeaba con amigos y dormía bien, salvando algunos duermevelas con la liberadora ranitidina. Tolerante y sencillo, cuya principal virtud fue la generosidad.

Hoy el taller de escultura ubicado en "la paloma" cierra sus puertas con la muerte del ilustre Casillas, enviudando el santuario donde el genio hacía hablar a la arcilla con su espátula de boj, comprometiéndose socialmente con la defensa de los débiles, desfavorecidos y oprimidos, apostando solidariamente por la igualdad, como carta de presentación de este hombre machadianamente bueno que durante noventa y cinco años desafió a la vida.

Hijo de padres extremeños que emigraron norte arriba en busca de trabajo para Antonio, mientras Andrea alumbraba al escultor salmantino que más obras expondría en el museo abierto de la ciudad, surgidas en el oratorio artístico del palomar, rincón donde Agustín creó, luchó, sufrió, vaciló, se desangró y bregó con barro y cemento, dejando todo su amor y fuerza creativa en cada escultura.

Agustín Castillas, el poeta de la arcilla | Imagen 2Su Hermana Jacin le dio el premio nacional de escultura de Madrid en 1944; Humildad, el del Casino en 1954; y con Soledad obtubo en 1960 la medalla de honor en la Exposición Nacional de Estampas de la Pasión de Arte Religioso en Madrid. Todo ello antes de realizar en 1967 su primera exposición personal en el convento de los dominicos, confirmando la atemporalidad de sus creaciones y reconociendo que la escultura es arte que exige gran capacidad de síntesis y concreción. Las cabezas en arcilla de Picasso, Torres Villarroel, Einstein y Cervantes se han dejado acariciar por sus manos, junto a las de su familia y otras personas artísticamente eternizadas por él.

Quien se haría doctor modelando barro ? materia esencial, madre y origen de las formas - llenando con premios su carpeta, acabaría siendo catedrático en hormigones y bronces. Maestro del cincel, la gradina y la uñeta, cuyo manejo aprendió en la sabia universidad de la vida, Casillas sólo estuvo en la enseñanza reglada el tiempo justo para alcanzar la educación primaria. Ni la Escuela de Artes y Oficios, ni la de San Eloy, ni las lecciones de Montagut le sirvieron de mucho porque la sabiduría que atesoraba el maestro la encontró tendida al sol en la doméstica historia local donde ya ocupa un espacio en el camarín del arte reservado los pocos artistas que en Salamanca han sido.

Hoy ha subido al avión de su niño carmelitano para volar a las páginas de la historia local, pidiéndonos ser recordado como alguien que no hizo daño a nadie, tras una vida dedicada a la familia y el trabajo, porque nada hubo para él más importante que los nacimientos de Lidia y Antonio. Y nada más doloroso que la prematura huida a la eternidad de su primera esposa, sólo enjugada por la escultura y el encuentro con Carmen, profesora de costura que alumbró nueva ilusión en las zonas más oscuras de su corazón, hoy roto por la guadaña de la parca.

Agustín hizo del trabajo su deleitosa religión esforzándose a ello mañana y tarde en incansable horario, acuciado por la gran pasión de su vida: la escultura. A ella todo dio y de ella fue deudor, encendiendo con su inspiración el túnel de la vida cuando ésta se puso cuesta arriba haciendo que su historia personal pasara por malos momentos a causa del helicobacter que perforó su estómago.

Agustín Castillas, el poeta de la arcilla | Imagen 3Un anónimo ciego y su lazarillo literario son el mascarón de proa que adorna el tajamar de su obra, sin vanidad de privilegio fingido ni fatuas pretensiones, dando a Láinez la oportunidad de reprocharle amablemente en "La Covachuela", que pasara de puntillas por la vida, porque al "poeta de la bondad" debemos esta universal escultura desde el día que espoleó la creatividad de Agustín para ilustrar el último poema que escribió a Salamanca antes de su partida. Bastó al escultor oírle decir al poeta que era un lazarillo charro para que el modelista alumbrara bocetos que darían vida a la magistral obra broncínea que mece su quietud en el rumor del agua con elocuente belleza junto al romano puente desde 1974, para el recreo de paseantes en la entrada del viejo puente.

Quien realizó tan hermosa obra fue escultor por accidente, pues su vocación primera fue el dibujo y la pintura, como atestiguan las enlutadas paredes de la casa que custodia la medalla de oro de la ciudad, hoy mansión triste, desierta y muda sin la socarronería, humor y permanente sonrisa que siempre dedicó a este cronista que con ojos enmudecidos escribe este recuerdo al poeta de la arcilla.

Fotografías: José Amador Martín / Archivo Agustín Casillas

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