Crispación

Un eurodiputado inglés le ha sacudido un puñetazo a otro (encima del mismo partido) y lo ha mandado al hospital en Estrasburgo. Esto pasaba en pintorescas democracias de oriente y alguna otra de las antiguas repúblicas soviéticas, pero no en la civilizada Europa. Ese es otro paso más hacia no sé bien dónde. Un síntoma más de degeneración y hartazgo, de pérdida de valor de la palabra. Y que los valores y la medida del propio individuo y de la sociedad en la que crece han cambiado tanto hasta casi ya no reconocerse.

La mesura y el comedimiento ya no son tanta virtud. Y el que pega un puñetazo en la mesa (o en la cara) con más vozarrón y acompañado de un exabrupto es quien impone la razón. Así estamos ahora. Había visto algún que otro mal ejemplo en tertulias televisivas, asambleas de vecinos (donde acaba habiendo de todo un poco y es imposible pedir moderación), en organismos que rigen la actividad laboral (donde también cabe de todo y los intereses son desmesurados) y en organizaciones culturales y políticas adonde la gente joven es mayoría y se hace fuerte. El parlamento, los parlamentos siempre eran otra cosa. Allí se podía discutir pero se iba con el argumento por delante más o menos adornado y brillante. Nunca con una zapatilla o un puñetazo en la cara.

Una sociedad en horas bajas, irrespetuosa, crispada, deja aflorar estos comportamientos tan poco cívicos. No sé quién pueda tener más culpa. Si es el sistema educacional fallido, la falta de empatía y diálogo con el vecino o con el contrario, la fragilidad de los valores actuales, o la carencia de sólidas ideas y palabras que convenzan, hacen que se llegue tan rápido hasta el insulto grave y el puñetazo en el ojo. Ese desde luego es el peor de los caminos. Y el solemne valor de una palabra dada ya dejó de rubricar tratos y tratados.