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La hora
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La hora

Actualizado 31/10/2016
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Por unanimidad, hace escasos días, los diputados de mi tierra aprobaron una declaración institucional por la que proponían mantener la hora de verano, a lo cual se sumaron los diputados de las Cortes Valencianas con igual efusión. Las razones aducidas son de variada especie, expresamente fundadas en "el sentido común": algunas tienen que ver con la salud, muchas con la economía turística, bastantes con el ocio.

Esta iniciativa parte de un loable y optimista grupo que en versión traducida se denominaría "Islas con claridad: Más luz, más color, más vida". Quienes lean catalán -que deberían ser todos los españoles no afectos a la rigidez mental centralista- pueden ilustrarse de los amplios argumentos de esta plataforma en: http://www.illesambclaror.com/ Pero quienes han llevado estas ideas al Parlamento Balear, con un rotundo éxito, ha sido el partido MÉS; más concretamente su sección menorquina, por aquello de que Menorca es la isla del sol naciente en versión hispana.

Con todos los respetos ante esta propuesta y ante quienes la sostienen -que además son muchos-, no puedo más que reconocer mi estupefacción. Para empezar, aplaudo el propósito de "adaptar el ciclo vital y diario de la sociedad balear -entiendo que también la valenciana- a las horas de sol". Pero ya no comparto tanto la pertinencia de la frase que sigue: "La decisión de pertenecer a un huso horario determinado, como el de Greenwich, responde a decisiones políticas de carácter industrial totalmente obsoletas a día de hoy".

Permítanme negar la premisa por la cual se da a entender que estamos en el horario de Greenwich. No es así; lo cual debiera resultar evidente con sólo mirar un mapa de Europa y saber qué hora tienen en Londres. Desde que el General Franco en 1942 decidió ponernos a la misma hora que sus amigos políticos alemanes e italianos la España peninsular y las islas Baleares tenemos en invierno una hora más que la que correspondería por el sol, y en verano dos. Por tanto, lo que pretenden los dos parlamentos mencionados es mantenernos con dos horas de desviación solar, y además crear un área incomprensible desde el punto de vista geográfico.

Supongamos que la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares consiguieran lo que están pidiendo. Pues bien, en ese caso se habrían puesto a la hora de Atenas y de Estambúl, sin tener en cuenta que, desde Menorca hasta llegar a la siguiente línea de cambio horario, tendríamos gran parte del territorio francés, todo el alemán, el italiano, el austríaco y hasta el polaco, serbio o macedonio, con una hora menos. Cuando todo el mundo sabe que las horas van decreciendo en el globo terráqueo cuando uno se desplaza, no hacia Oriente, sino hacia Occidente. Un absurdo cartográfico.

Es cierto que la hora oficial es una decisión política. Recordarán algunos la ocurrencia de Chaves cuando varió media hora el reloj oficial en Venezuela, tal vez para facilitar el cálculo respecto a Teherán, cuyas autoridades juegan también con las medias horas. O comprobarán con facilidad cuál es la hora oficial en la extensa República Popular China -en todo el país la misma, sin perjuicio de matizaciones que puede aquí introducir mi amigo Nacho, respecto de algunas peculiaridades en Sinkiang-.

Con la hora se pueden hacer muchas cosas -como diría el flamante nuevo Presidente del Gobierno, con la profundidad que le caracteriza-, entre ellas adaptarla al horario solar y no tocarla de ahí, ni en invierno ni en verano. Esa es mi modesta propuesta, que no es que vaya a quedar en minoría, sino que no tiene ni visos de entrar en parlamento alguno.

Pero qué le vamos a hacer -de nuevo me contagia Rajoy-, a mí me gusta que mediodía sea mediodía, y que quien se adapte a la naturaleza seamos nosotros. Este sí que sería un cambio radical y un reajuste de costumbres: recuerdo que mi abuelo Bernardo -criado bastante antes de 1942- comía en torno a las doce y media y cenaba en torno a las seis y media, en la Mallorca de los sesenta. Quién lo diría, como en los países más civilizados. Justamente aquellos de los que vienen los turistas, que por cierto -y a pesar del sol o de la luna- siguen comiendo en torno a las doce y media y cenando en torno a las siete, también en el sur de mi isla, que es donde yo los veo durante mis escasas vacaciones.

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