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De difuntos y epitafios
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De difuntos y epitafios

Actualizado 29/10/2016
Fructuoso Mangas

Desde hace mil años la Iglesia Católica celebra el 2 de noviembre la Fiesta del Día de los Difuntos, precedida de la Fiesta de todos los Santos y durante los mil años anteriores los fue celebrando en diferentes fechas según tempos y lugares hasta que llegó la fijación definitiva de la fecha. Por otra parte desde que la humanidad tiene memoria y documentación el culto a los difuntos ha estado presente en las costumbres de todos los pueblos de la tierra; incluso cuando en algún yacimiento hay algún elemento referido a los muertos es suficiente para concluir que allí han vivido seres humanos, de forma que ese culto sería uno de los primeros signos de hominización.

Por eso, desde siempre y en todos los lugares de la tierra, han existido signos y palabras para recordar al difunto enterrado. Hoy a esas inscripciones sepulcrales las llamamos epitafios (=sobre-tumbas), por estar generalmente sobre algún sepulcro.

Para mi sentido del epitafio el mejor que hay en Salamanca es el de Randulfo, profesor inglés en s. XII en las Escuelas Catedralicias, que entre otras cosas bellas que dice sobre él reza al final:

Mens bene disposuit sermo docuit manus egit huius dicta bonus melior fuit optimus ipse et pauperibus moritus vivens sibi celo. Es decir, Fue buen pensador, su palabra enseñó su doctrina y su mano la realizó; él fue bueno, mejor, óptimo y muerto para los pobres vive para sí en el cielo.

Ranfulfo, con su hermano, es el que hace ocho siglos y medio construyó la iglesia de Santo Tomás Cantuariense en cuanto tuvo noticia de que su obispo Tomás Becket había sido asesinado por el rey de Inglaterra. Los dos daban clase como contratados en la Escuela Catedralicia, prácticamente ya universitaria. Y hablamos ahora de globalización?

La inscripción está bien visible junto a la puerta que comunica el crucero de la Catedral Vieja con el claustro. No deje de admirarla cuando pase por esa puerta.

También en el claustro hay otro más sencillo, pero hermoso y cargado de matices; es el epitafio de Alia (otros leen Adán, pero Alia aparece como nombre de varón en otras inscripciones y documentos); también es de los más antiguos, de 1195, con sus cinco virtudes sobresalientes:

? vir pius atque fidus, vir simplex iustus

? hombre piadoso y fiel, hombre sencillo justo

Tampoco se quedan atrás estas otras virtudes dedicadas en su epitafio al obispo de Salamanca Pedro Pérez (1247-1264), en la capilla de San Martín:

Egregius socius humilis pius atque benignus vir fuit et paciens, prelati nomine dignus. Omnibus hospitium fuit, et gaudens dare donum, Cleri presidium, promptus ad omne bonum. Hic expendebat dans cunctis quidquid habebat

Fue hombre egregio compañero humilde piadoso y benigno y paciente, digno del título de obispo. Para todos fue acogida y alegrándose de dar dones, defensa del clero, pronto para todo bien. Aquí se ofrecía dando a todos cualquier cosa que tuviera.

En sepulcros fuera de la Catedral releería el epitafio de San Martín en el sepulcro del siglo XVII de Ramos del Manzano que reza en regular endecasílabo y en texto precioso: ? lo demás humo, sueño, sombra, nada. Recuerda, si no es que copia, a Góngora en aquel memorable endecasílabo, este sí de máxima calidad,?en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Y ya en el Cementerio de San Carlos, además del epitafio tan citado de Unamuno: Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí pues vengo deshecho del duro bregar, recojo algunos, aunque en este cementerio no es frecuente el uso del epitafio. Uno escueto, sin verbo, cierto y claro que dice: En los brazos del Señor de la vida, que es con el que me quedo por varias razones, y otro con cierto toque de curiosa ambigüedad que no sé si amenaza o si amorosamente promete: Te fuiste sin avisar, te encontraré. Y quizás éste tenga aún más ambigüedad y peor intención: Que estés en paz como ahora lo estoy yo. Y otro escueto al máximo: Te espero. Larga espera probablemente, pero que se le cumpla?Y una última inscripción sugerente y bella: ¿Qué hay más allá del horizonte? Y la más misteriosa, aunque casualmente misteriosa, es aquella de una sepultura antigua y medio destruida en la que solamente se puede leer: ¡Oh, porque el resto ha desaparecido y deja en el aire esa hermosa interjección, interpretable ya a gusto del que lee.

En todo caso en la interminable lista de epitafios e inscripciones mortuorias está presente, latente o explícita, la espera y la esperanza de una vida más allá de estos términos y fronteras en los que andamos. Esa expectación universal, en el tiempo y en el espacio, da categoría y hasta crédito a la esperanza de la vida más allá de la muerte, tan esencial en el pensamiento cristiano.

Ausonio, un curioso y original profesor latino del siglo III, escribió una obra sobre epitafios famosos y reproduce éste que me parece de los más hermosos y que curiosamente está recogido en el Museo Nacional de Arqueología; con él termino este breve viaje por el campo de las inscripciones sepulcrales:

Riega mis cenizas con vino y con perfumado aceite de nardo, oh viajero, y añade bálsamo a las rosas rojas. Mi urna goza de una eterna primavera; no he muerto, sólo he cambiado de mundo.

No soy especial visitador de cementerio, aunque allí están los restos de mis personas más queridas y hasta el epitafio bajo el que un día probablemente seré enterrado, sin embargo me ejercito diaria y explícitamente con ejercicios concretos en las paralelas de la vida para crecer en esa esperanza de la Gloria.

Espero, y no por mis méritos, estar en forma y ser un afortunado.

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