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‘Teresa, la jardinera de la luz’ se pasea por el barrio de Chamberí
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‘Teresa, la jardinera de la luz’ se pasea por el barrio de Chamberí

Actualizado 22/10/2016
Redacción

Es la actuación 134 de este montaje del grupo de teatro Lazarillo de Tormes, que se llevó a cabo con la colaboración de la Asociación de Mayores

Un inquisitorial dominico interroga, desde lo alto de un púlpito, a un grupo de hermanas carmelitas: "Entonces, ¿vuestra madre tenía carácter?". Ante lo que para ella es una obviedad, una de las monjas responde: "Y lo tiene todavía a sus 67 años; hasta el Santo Padre de Roma siente respeto por ella?". Son frases pertenecientes a la obra de teatro "Teresa, la jardinera de la luz". Se han hecho ya tantas representaciones de la misma, que puede parecer difícil reseñar algo novedoso de cada nueva función. Sin embargo, todas ellas han sido únicas, diferentes. Y precisamente esta circunstancia, entre otras muchas, dota de singularidad, a tan ya afamado proyecto teatral. Creemos adecuado hablar en estos términos, pues todavía se augura un horizonte en el que no faltan actuaciones, ya que muchos espectadores nuevos o reincidentes, esperan poder verla para disfrutar de ella o seguir sacando el tan oportuno partido que consideramos tiene, según el criterio de todos aquellos que la conocen.

Parecía pertinente que fueran estas frases que pertenecen a uno de los momentos más divertidos, y sin embargo entrañables, de "Teresa, la jardinera de la luz", los que dieran el pie, en términos igualmente teatrales, para expresar la emotividad reinante en la actuación del viernes 21 de octubre, en la capilla del barrio de Chamberí de nuestra ciudad de Salamanca. Y es que en esta ocasión, ha sido la Asociación de Mayores (Asamblea de Chamberí), la que ha querido que en el altar de la capilla de su barrio, una luminosa Teresa de Jesús presentara todo su recorrido vital, intenso y largo, antes de iniciar el más importante de sus caminos. Esto le explicó, una vez más, el productor y gestor de este proyecto, Javier de Prado, al público allí expectante por conocer la vida de una mujer, que a pesar de su avanzada edad, todavía era capaz de levantar pasiones de toda índole entre sus contemporáneos. Y lo que es más importante, que todavía sigue haciéndolo después de tantos siglos.

El suyo, el XVI, no fue nada fácil para las mujeres que por entonces vivieron, y en especial en aquellos reinos que todavía no constituían este país nuestro, España, pero que sin embargo, y bajo el mandato de Felipe II, dominaban medio mundo. Pero el más reducido, que conformaba la población femenina de la época, parecía no existir para nadie. Y entonces llegó Teresa. Y Teresa se enamoró de un Jesús de Nazaret, hombre, que supo sufrir con paciencia los defectos del prójimo, en un intento de transformarlos en amor. Y este simple y sin embargo dificultoso acto de misericordia, prendió, en el corazón de aquella mujer; y de la mano del Hijo de Dios, recorrió los caminos de esta su tierra, y el de su vida, para acercarnos con infinita paciencia a la luz y verdad del Amor que nos convierte en iguales. La tarea no parece difícil si somos capaces de entender las debilidades ajenas cuando nos miramos a nosotros mismos.

La perspectiva de los años vividos dan la suficiente lucidez para entender esta idea en su totalidad. Son nuestros mayores los que con infinita sabiduría tienen infinita paciencia para devolvernos infinito cariño, en un mundo en el que más que nunca prima lo inmediato, lo siempre joven y actual, por encima de la autenticidad de lo conseguido poco a poco, a través del tiempo y el esfuerzo. En los mayores, la vivencia de la misericordia ante los que continuamente molestan y juzgan, es una lección bien aprendida. Pero curiosamente nos asusta la vejez cuando la vemos como el ocaso y decrepitud de la vida, pero egoístamente nos aprovechamos de ella, cuando todavía nos resulta ventajosa para nuestras necesidades. En aquel tiempo de Teresa de Jesús, las condiciones de vida, duras para la mayoría, hacía que las desigualdades atañeran a necesidades más básicas de la existencia. Y la carmelita quiso reformar su Orden, para hacerla más austera, y vivir así lo importante del mensaje de Jesús, lo esencial del ser humano, que en definitiva sólo necesita de la comprensión del amor para convivir en paz.

El guión de "Teresa, la jardinera de la luz", se lo debemos a otro hombre sabio, con la edad suficiente también para saber, por haberlo aprendido con sumo interés, la valía de las cosas hechas desde la convicción y el trabajo. Por ello ante el reto de darnos a conocer a Teresa de Jesús, Denis Rafter, guionista y director de esta obra teatral que nos ocupa, tuvo claro, y así ha sabido transmitirlo en esta puesta en escena, que la Teresa mujer, antecede sin lugar a dudas a la santidad que posteriormente se le reconociera. A lo largo de un recorrido de muchos años en los que ganó en humanidad, experiencia, paciencia y sabiduría, Teresa llega a sus 67 años, muchos para su tiempo, con la satisfacción de un deber vivido y cumplido, así como con la seguridad de haber dicho a sus coetáneos lo que ella consideraba justo y oportuno para tener la talla humana necesaria, y así conseguir, entre todos, un mundo igualitario.

Aunque al llegar a Chamberí nos despistemos y no seamos capaces de encontrar su capilla, ubicada en un edificio cualquiera sin estructura eclesial, cuando nos sumergimos en el ambiente del siglo XVI, que "Teresa, la jardinera de la luz" nos proporciona, la magia se produce. Nos trasladamos, una vez más, a la iglesia del convento de Alba de Tormes, y en su altar mayor unas monjas carmelitas frente a un padre inquisidor subido a un púlpito, nos siguen haciendo viajar, esta vez por la vida de su madre, por su "camino de perfección". Nadie como ella supo sufrir los defectos ajenos, y aceptar que los demás se enfrentaran a su fuerte carácter y determinación, que eran vistos incluso como demoníacos, dignos de hoguera. Porque sin apenas ser consciente, Teresa, ya desde su infancia, avanzó por esta vida de la mano de la misericordia, que más tarde descubriera en su amado Jesús. Quizá, de todas las obras que llamamos de Misericordia, ella desde bien pronto empezó aprendiendo a ser condescendiente con todos aquellos que la molestaron en su cometido. Tuvo que pelear con su queridísimo padre para que le permitiera profesar en religión. Puso en entredicho las relajadas costumbres que se vivían dentro de los muros del convento de la Encarnación, que permitía una total vida social. Esto la llevó, frente a todos los que se opusieron con acervadas críticas, a promover una profunda reforma de su orden carmelita, para poder conectar desde la austeridad con el espíritu del Evangelio. Defendió valientemente a todos los débiles de su tiempo: mujeres, gentes de buena fe que la apoyaron, o religiosos alejados del poder de la Iglesia. El propio rey Felipe II, mantuvo con ella una relación epistolar no exenta de quejas y peticiones.

Ante la encomiable altura profesional del grupo teatral Lazarillo de Tormes, la Asociación de Mayores de Chamberí, que les ofreció su capilla, pudieron evadirse de este entorno y viajar en el tiempo, para descubrir encantados a esta mujer, niña rebelde, atractiva adolescente, revolucionaria monja, e inteligente intelectual, digna de ser reconocida doctora en la tierra por civiles y eclesiásticos, y elevada a los altares por su inigualable nivel pastoral y espiritual. Y a sus 67, y bien vividos años, tuvo "en jaque" a esa Iglesia, en cuyo seno muere; desde el Papa hasta la oscura Inquisición.

Situado en la margen izquierda del Río Tormes, el barrio de Chamberí toma su nombre del muy castizo barrio madrileño. Sin embargo éste último, ubicado por el contrario en pleno corazón de Madrid, hereda este singular nombre de una ciudad francesa, Chamberi, capital de la Saboya. Lo sorprendente de la historia es que se trataba de una de las aldeas o comunas que se conformaron en Francia en tiempos de su famosa Revolución, que aspiraba a que sus lemas de igualdad, libertad y fraternidad, calaran entre los hombres. Uno de los regimientos de los ejércitos de Napoleón, llegados a nuestro país con la intención de traernos su estrenada ideología, se instaló en el centro de la capital, y cuando nuestros compatriotas, cansados de la imposición del país vecino, lograron expulsarlos, mantuvieron en aquel lugar el nombre.

No deja pues, de resultar curioso, las analogías y paradojas que se presentan si pensamos en un personaje que como Teresa de Jesús, revolucionaria de su época, también fundó esa especie de comunas, que fueron sus conventos reformados, para que las mujeres de su siglo, seres olvidados y marginados, pudieran vivir con su fraternal estilo de vida en común, una libertad igualitaria que les era negada. Nuestro salmantino barrio de Chamberí, ha tenido, también, que sufrir siempre que esta su ciudad, le diera la espalda y que apenas haya sido consciente de su precariedad y los problemas que esto conlleva. Esta comunidad hubiera necesitado de una comprensión que el resto de conciudadanos hemos negado a menudo, quizá pensando en los problemas que la pobre infraestructura de la zona ocasionaba. En esta tarde en la que han aplaudido la vida de una mujer que supo mucho de misericordia, de las miserias que todos llevamos en el corazón, han demostrado la conexión que con ella se producía, pues con mucho tesón y esfuerzo en ambos casos, y con muchos siglos de diferencia, se ha vuelto a demostrar que gracias a la cultura y el trabajo en común, movido por el amor a los semejantes, se llega a cualquier meta. "Teresa, la jardinera de la luz", de la mano de Lazarillo de Tormes, en un barrio que seguramente lo fue también de este otro personaje de la literatura que este grupo teatral lleva por bandera, vuelve a dejar una huella imborrable en esta tarde de otoño en la capital salmantina y en su representación 134.

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