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El vuelo del cormorám Iª parte
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El vuelo del cormorám Iª parte

Actualizado 15/11/2016
Isaura Díaz Figueiredo

Alberto cerró lentamente el ordenador, como queriendo retener la última imagen de aquel artículo, que había diseccionado de forma limpia y cautelosa, el tema le resultaba inquietante "los exiliados", seguramente recordando su profesión, imaginativamente volvió a coger el estilete, el frasco de formol, el oxigeno, y dio vida, a lo que su conciencia quería salvar, y su forma de vivir cómodamente envenenaba.

Todo en él era comedimiento, cada gesto, cada ademan, estaban controlados al máximo.

Deja reposar su mano cansada, como si hubiera realizado un tremendo esfuerzo, igual que si venciera al enemigo en una cruel batalla quirúrgica.

¡Que poco sabemos de nuestro cerebro ante emociones! ¡Que desconocimiento tenemos de nosotros mismos! Si esto sucede de forma tan visible ¿Qué percepción podemos tener de nuestro espíritu?, Es un juego, inquietante, especial, en el que todos participamos, de forma intimidante y extraña.

No dudamos en criticar y juzgar, ¡como somos tan hipócritas!. La verdad solo la conocemos nosotros, y la mayor parte de las veces cerramos los ojos ante una realidad aterradora.

Se inclinó como si aun quisiera retener en sus pupilas la diminuta luz que emitía la pantalla.

-Me dicen que lo adjunte en un PDF,eso haré, y será entonces cuando estas pocas palabras cobren vida, quizá algún diario, en su editorial le dé relevancia, o la radio divulgue que un loco escritor,-porque a eso me dedico ahora-ha sentido empatía con las personas que perseguidas por las guerras y hambre, han de dejar sus países, y emprender una nueva vida llena de miedos e incertidumbres, esperando encontrar al final del desgraciado éxodo, una luz que prevalezca.Sí,puede que una voz hueca, solemne y grave, lo dé a conocer en algún noticiero.

El labio inferior algo caído, temblaba, algo normal en Alberto cuando estaba tenso, y en estos momentos estaba agarrotado a un PDF y su contenido.

-Ojala mis palabras sean un revulsivo, una vacuna que ponga en marcha la maquinaria del estado, ese organismo, que con sus millones de capilares, y un pequeño, interesado y enfermo corazón, gire vertiginosamente, cual complicada y a la vez delicada máquina en un caso tan especial.

Se levantó, corrió la cortina blanca de su despacho, y contempló la ciudad

Era Navidad, había caído una fuerte nevada, y ese estampa le recordaba momentos de la niñez, el calor de la chimenea, la lectura de libros, caminar o deslizarse desde una pendiente en un trozo de plástico por las nevadas aceras, arrancar trozos de hielo y chuparlos? Lejos asomaban cual viejas celestinas, las cúpulas de las catedrales, los palacios, que un día habían sido centro de litigios, conspiraciones y saberes. Tocó la frente, casi la acarició, tratando de disimular bajo buenos modales, el sufrimiento que le embargaba, que emergía de lo profundo y le hacía sufrir.

-Ojala no hubiera enviado el PDF ¿Cómo me verá la sociedad?, yo no puedo permitirme sacar a la luz mis emociones, y mucho menos recuerdos del pasado.

La ventana, en uno de sus ángulos estaba cubierta de escarcha, formando dibujos abigarrados, como si el más minucioso pintor, quisiera regalarlos para el deleite del gran señor.

El río y los edificios, más abajo, solo visibles, en su imaginación, en el recuerdo?

-Había ido a la opera, eran tiempos muy diferentes a los que ahora con mi piel arrugada me toca vivir, o mejor sufrir, las mujeres lucen pieles que cubren artísticamente sus cuerpos, los palcos del Real, abarrotados de público, efluvios corporales, perfumes caros, sedas, lanas, cintas adornando cuerpos estilizados, bajo la presión de corsés.? En el escenario la cantante de moda, el tenor, voces vibrantes que hablan de amores desgraciados. ¡Eso era el ayer!, que bello parecía todo, yo era joven, la vieja agenda aún conserva números telefónicos, días tertulianos, charlas poéticas, pictóricas, profusión de estilos y renaceres.

Y luego un aciago día ¡surge el silencio!, todo había llegado a su fin, el corazón del mundo se paró, las personas dejaron de respirar, y comenzaron los exilios, el hambre, los muertos, las sacas, los fusilamientos en masa. Todo lo bello se oscureció bajo el manto del dolor y la sangre.

La guerra ahora no estaba allí, en un lugar determinado, la guerra y el terrorismo es el mundo, mientras la gente mira a otro lado, o comercializa con el dolor, vende armas a los criminales, ya no afecta al país vecino, todo el universo es un estallido bélico.

¿Qué joven era entonces?, aquel lejano día en que estalló la II Gran Guerra, estaba confuso, pero lleno de esperanza.

No tiene espejo en el baño de su despacho, de ésta forma no ve su pelo encanecido, desea creer, que aun es aquel joven esperanzado, no quiere saber que ha fallecido aquel tiempo, qué su cara lampiña y de inmaculado blanco, ya no existe.

Vuelve a sentarse en el sillón, esconde la cara entre las manos y piensa

-¿Cómo será ahora la guerra?

Se esfuerza en imaginar lo que esa maldita palabra significa para las gentes que caminan como hormigas, qué duermen apenas cubiertos por lo más indispensable, una mínima manta, mugrienta, rota, y en muchos casos ni eso, se matan unos a otros por una bolsa de alimentos.

-¡Es la realidad que hoy toca vivir!

Otra vez los recuerdos le acompañan

-¿Qué habrá sido de aquella hermosa mujer? No la conocía, jamás la había visto. El hambre la trajo a mi despacho

-El Señor Delegado no recibe visita hasta entrada la tarde

-Esta es mi tarjeta-dice la mujer, le ruego se la entregue

Más amable el subordinado, la invita a sentarse en el sofá verde, la desconocida ve como se aleja con la tarjeta en la mano. Al rato dice con sonrisa maliciosa:

-Puede acompañarme hasta el despacho del Señor Delegado.

-¡Menuda belleza!-se escucha a su paso, hasta la viejas maquinas de escribir ralentizan el ritmo. Ella se sabe bella, y hoy más que nunca; ha dejado las gastadas botas, y las gruesas medias de lana, en la humilde habitación, alquilada por dos días; y a pesar del frio, calza zapatos de fino tacón y medias de seda, color carne, siente frio, y su piel parece de gallina, pero no debe permitir que nadie sepa a donde va, la falda ha de dejar que sus piernas bien torneadas y finos tobillos puedan deleitar a?.

Ya está en el umbral del despacho, inmóvil y rígida, pero con la docilidad torpe de una colegiala.

Él se pone de pie detrás de su mesa, sosteniendo en sus manos una tarjeta, que minutos antes le fue entregada.

Le observa con gesto frio.

-Al parecer los fantasmas visitan el mundo, no solo de noche sino a pleno día, y en un lugar lleno de personas y maquinas de escribir, y menudo fantasma me ha tocado ver.

La mujer lleva tiempo esperando en el umbral. Ya es hora de dirigirle la palabra, mas la inmovilidad le atenaza, todo su cuerpo se agarrota.

-No tengo prisa, puede usted tomarse todo el tiempo del mundo.-Dice la bella dama-

Alberto saca los anteojos del bolsillo, y con parsimonia los coloca y lee la tarjeta

-Esta mujer se esconde bajo un nombre ficticio.

-¡Alberto!

-Soy yo.

-¡Ha pronunciado mi nombre!

-Tome asiento por favor

La mujer habla pausadamente y en voz baja, entre susurros, sobrecogida, como si supiera, o recitara la lección que alguien intentó aprendiera.

-Es ella, no ha cambiado. ¡Pero si ha muerto! ¿Como puede estar aquí?, La bomba estalló a nuestro paso, antes quiso coger mi mano, correr huir. El destino pendía de un hilo, y el mío sigue intacto, el de ella fue de corto recorrido; claro que asiste a sus exequias funerarias, llevaba féretro, hubo muchos que fueron enterrados sin ataúdes, en fosas comunes, sus cuerpos ni unas maderas tuvieron a fin de no ser dañados aunque estuvieran muertos. Tiembla nervioso, las manos se le duermen y la tarjeta cae

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