Escribo estas líneas hoy, viernes negro, porque ayer se batió el record (5.000) de fugitivos recogidos en el mediterráneo en 24 horas, se aprobó la Salida del Reino Unido y estamos en España en vísperas de unas elecciones sin una salida previsible. T
Ha costado lo suyo tanto lo del voto universal, rigurosamente nuevo en la historia humana, como lo del voto de la mujer (honra y homenaje a todas las sufragistas, especialmente a nuestra Clara Campoamor). Ha sido un alarde humano de igualdad ciudadana y de participación activa en el gobierno de la cosa pública. Aunque no tanto porque luego la práctica del voto y sus consecuencias dejan bastante que desear.
Por muchas razones hay no poca rebaja democrática. Porque a veces el voto llega sin pensamiento ni elección. O viene cargado de presiones y reivindicaciones. O está rodeado de envoltorios de egoísmo y de intereses. O se desliza por la rendija sin nada dentro aunque ponga nombres de candidatos. O es un voto a la contra diga lo que diga la papeleta o se aleja a la deriva porque a él qué le importa lo que suceda sea lo que sea que le da igual. O está muy bien emitido y votado pero poco le importa luego al beneficiario de ese voto. O lo imposible de meter en un voto lo que se piensa. Y así hasta cientos de miles, de votos, claro.
Y por ser un logro histórico digno de ser ejercido y respetado, hay que ejercerlo y respetarlo. Aunque luego tu voto se vaya a la nada por culpa de la ley D'Hondt o porque tu partido no ha sacado ni diputado ni senador siquiera o porque en cuanto se cierra la ceremonia y todos se proclaman ganadores empiezan a olvidarse de la vida real de la gente que levantó aquellos votos sobre los que ellos se alzaron ganadores. Si te he visto no me acuerdo; perdón, si me has votado no me acuerdo?Y no te vuelven a mirar hasta cuatro años después. Si es que no lo hacen antes obligados por su torpeza en llegar hasta el final reglamentario.
Con estas sombras sobrevolando va el votante a su colegio electoral y deposita su voto con esmero casi religioso. Y hace bien porque hay algo grave y profundamente humano en un gesto tan simple y hasta, en el peor de los casos, quizás tan inútil. Y al salir se siente entre liberado y satisfecho, aunque haya votado con algún malestar o vacilación. Ha cumplido con su deber. Sucederá después lo que suceda, pero él ha puesto su parte. Está hecho y se va a dar una vuelta por el jardín que linda con su colegio electoral
Y en el paseo, al ver la buena gente que va y viene, que saluda o que mira, que se apresura o que pasa despacio sin prisa, gente de toda edad y condición, con cara de sufridos ciudadanos, preocupados por su casa y su futuro, por sus hijos o por sus viejos, por su ciudad o por su mundo, por la juventud o por los presos, por los emigrantes o los pensionistas, por los sindicatos o por la Iglesia, por los autónomos y los parados, por?
Al verlos pasar le viene al corazón un sentimiento de pena y hasta de sobrecogimiento, porque tiene la impresión, quizás falsa, de que a la vuelta de la esquina electoral los políticos se olvidan de los ciudadanos de a pie, de estos que pasan y pasean por el parque. Y con el sentimiento le viene a la mente una idea que le parece tan clara sin duda como quizás imposible. Se le ocurre algo de necesario cumplimiento para seguir el juego democrático: una comisión de seguimiento compuesta por una lista variada de ganadores y perdedores, que controle, exija, llame la atención, descalifique, apruebe o desapruebe? con lo cual lo de la democracia saldría ganando. Le parecía perfecto para un gobierno democrático, probado, controlado y comprobado.
Al llegar a casa lo comenta con su mujer y ella, sin quitar los ojos de la revista que está leyendo, le dice:
La miró sorprendido y no supo qué contestar. A pesar de todo estaba satisfecho de su deber cumplido y ya se vería si todo esto valía para algo o para algo peor o para nada. Al tiempo.
Y se puso a leer el periódico pensando lo que muchas veces había comprobado: - ¡Qué mujer ésta! Siempre tiene respuestas para todo.
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