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Historias de gente buena y de otra no tanto
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FUERA DE MANO

Historias de gente buena y de otra no tanto

Actualizado 01/06/2016
Redacción

ANTONIO VICENTE / Juez Internacional Canino

Historias de gente buena y de otra no tanto   | Imagen 1Hará unos 35 años, más o menos, recién estrenada mi mayoría de edad y recién estrenados, a su vez, los documentos pertinentes para poder practicar la caza legalmente, nos echamos al campo un amigo mío y yo un día, por Navidad. Nuestra intención era pasar una jornada en mutua compañía, donde las posibles capturas quedaban en un segundo plano dada la poca experiencia que ambos acumulábamos en el arte de buscar y patear los campos con sentido venatorio.

Esta persona que me acompañaba, madrileño de nacimiento y residente en la Capital, había llegado a mi pueblo por haberse casado, poco tiempo antes, con una joven del mismo, que trabajaba en Madrid y cuyos padres eran vecinos de los míos, motivo por el cual había llegado, además, a mi entorno más cercano.

Elegimos una zona determinada del pueblo para cazar a sabiendas que cualquier parte, en aquellos tiempos, era buena por la abundancia de especies y la belleza de los campos, en aquellos años perfectamente cultivados y cuidados, nada que ver con el aspecto actual.

Recuerdo bien que durante el transcurso de la mañana nos encontramos con otra pareja de cazadores locales con los cuales departimos durante un breve espacio de tiempo, el suficiente para comentar cómo iba la jornada para, después, continuar cada pareja su camino sin hacer equipo los cuatro.

Hacia primera hora de la tarde, mi compañero hizo un disparo que minutos más tarde me dijo había sido sobre un zorro al que en su opinión había herido; el perro que nos acompañaba, propiedad de mi padre, se fue en su persecución, por lo que nosotros nos quedamos esperando su regreso mientras mi amigo me comentaba el lance. Una vez regresó nuestro auxiliar de caza, constatamos por síntomas que portaba que había dado alcance y muerte al zorro por lo cual sabíamos que tras dedicarle las caricias correspondientes y permitirle descansar un rato, nos conduciría de regreso hacia el lugar donde estuviese su víctima.

En efecto, todo pasó según lo previsto con la salvedad de que en el lugar al cual nos condujo (una oquedad de unas rocas) solo había pelo y restos de sangre del zorro, pero no su cuerpo. Cuando hallamos en las inmediaciones un largo palo de escoba con los mismos restos que había en aquel hueco, comprendimos que alguien había llegado antes que nosotros y que con aquel palo había sacado de allí el trofeo de caza y se lo había llevado; el robo había sido consumado.

En aquellos años, un zorro era una pieza de caza muy apetecible por el valor económico de su piel, de moda en la industria del vestido. Los únicos sospechosos, para nosotros, era aquella pareja con la que unas horas antes habíamos departido amigablemente muy cerca de allí, sospecha que confirmamos aquella misma tarde al llegar a casa.

Por algún motivo, que solo Dios sabe, no he olvidado esta anécdota, o quizás suceso, máxime cuando en años posteriores leí tantos y tantos artículos de caza del amigo Anselmo Santos en la prensa salmantina en muchos de los cuales nos recordaba la deportividad que debemos mostrar los cazadores, unos con otros, y lo respetuosos que debemos ser con todas aquellas cosas que nos encontramos en el campo cuando estamos cazando y no son nuestras; siempre he procurado que tan sabios consejos no cayeran en saco roto.

He sacado, hoy, a colación esta historia, más triste que nunca, porque el pasado jueves de Corpus, de madrugada, recibí en mi móvil un mensaje enviado desde el móvil del compañero de caza de aquel día, enviado por alguno de sus hijos, en el que se me comunicaba la peor de las noticias: Había fallecido la tarde del miércoles.

Hoy solo quiero que me quede de él el honor de haberme permitido ser parte, aunque breve, de su vida, de la vida de un hombre excepcional, rico en valores humanos y, por supuesto, exquisitamente deportivo y respetuoso con todo aquello que envolvía una de sus aficiones favoritas, la caza. Que sea este mi pequeño y humilde homenaje. Descansa en paz, compañero y amigo.

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