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Democracia frente a demagogia...
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Democracia frente a demagogia...

Actualizado 03/02/2016
Miguel Mayoral

Ante los acontecimientos que se suceden a todos nos toca reflexionar, pues de ellos todos somos parte como de un todo que es España, queramos o no, por el mero hecho de pisar esta su tierra, donde seguramente acabaremos reposando.

Las dificultades de la crisis, de la clase política y de la amenaza terrorista global, además de nuevas enfermedades que aparecen sin saber la causa, guerras inacabables, falta de acuerdo global en mil y un temas, etc; agudizan los problemas y la conflictividad social en muchos países. Es evidente, la existencia de un desencanto que, poco a poco, se apodera de millones de ciudadanos al no ver satisfechas sus expectativas de presente y futuro en los programas de los dirigentes y partidos políticos. No se dan soluciones tangibles a ningún problema.

El voto de castigo o la abstención, las minorías, los pactos, la falta de consenso, los nacionalismos, las revueltas sociales, etc?, en tanto que, reflejo del fracaso de los programas, va siendo la tónica que se ve ya de forma patente en muchas partes de occidente. No es más que la constatación de la incapacidad de la sociedad y también de la clase política para llenar un espacio que ha ido quedando vació a medida que las promesas no eran seguidas por los hechos, y no se han encontrado soluciones adecuadas a los grandes problemas mientras se ha repetido hasta el aburrimiento frases como: "se ha tocado fondo en la crisis", "los signos de mejora son evidentes", "el paro empieza a descender", "nuestra política internacional es la adecuada", ?

Excluida la protesta violenta, constatados los nulos resultados de las huelgas generales, la única salida es la protesta democrática, la cual, en ciertos casos, pude inducir al ciudadano hacia posiciones extremistas que a través del monopolio de ciertos valores, que incluyen los sentimientos más profundos que ligan al hombre con su tierra, quieren acaparar al Estado, incluso, con la ruptura de las reglas democráticas, ante la cristalización de una serie de sentimientos difusos que se concretan en la intolerancia hacia el que no piensa ni es como uno.

Parece que no se toma en serio ese renacimiento de la intolerancia y la frustración, que en definitiva, conduce al conocido discurso de aquellos que se dicen: "los únicos defensores de su patria, su cultura y de los parados", (por culpa de lo que sea), y justifican su existencia por la incapacidad de la clase política presente ? de la que voluntariamente se excluyen ? para defender sus intereses particulares frente a los demás que no son como ellos. Tras esa falacia, falta de contenido político, se oculta el apetito de poder de aquellos que no conciben más discursos que los suyos, que se basan en la verdad-mentira, bondad-maldad, patriotas-traidores, y hace imposible toda discusión porque no se puede discutir lo absoluto.

Difícilmente se puede ocultar la farsa y vacuidad de su discurso ante el eterno descrédito lanzado sobre el enemigo, porque los extremistas o demagogos no conocen opositores ni contrincantes, sino únicamente enemigos que se proponen destruir por el bien de todos. Discurso que se empeñan en repetirnos como si fuera un mantra para que nos lo acabemos creyendo.

Si la demagogia y los demagogos levantan cabeza es debido, en parte, a que la democracia y los partidos que la encarnan no son capaces de hacer frente a los retos del presente con un lenguaje y una praxis que se identifique con las preocupaciones de la ciudadanía.

Hermann Heller, escribiendo sobre el fascismo en los años 20, afirmaba: "Cuanto más débiles sean los contenidos comunes que unan a los gobernantes y gobernados, tanto más fuerte será el sentimiento de ausencia de libertad y desigualdad". En estas circunstancias nada es más fácil para los discursos de algunos presentes, a través de un lenguaje demagógico y acusador, aparecer como salvadores de los valores eternos. Solo la debilidad, fruto de la desorientación, y en ocasiones incultura, de la clase política ? donde prima el trueque, incluso de escaños, ante la capacidad e inteligencia -, da lugar a que dirigentes, duendes y geniecillos se presenten como salvadores.

Se da así un discurso intolerable y sin soluciones, la mayoría de las veces falso, que encuentra eco en aquellos que se sienten abandonados por la sociedad. La democracia en su vocación por ser la vertiente política de una sociedad abierta, ha tendido en los últimos lustros a deslizarse desde la aceptación de todos a la indiferencia entre todos, y en una época de crisis de valores y económica, como la que se va adueñando de Europa y otras partes del mundo, la lucha por mantenerse en el poder va degenerando en un sálvese quien pueda.

Dada la experiencia vivida en este último siglo, no se puede negar que comienzan a reunirse ingredientes para el renacimiento de los extremismos, incluso en las grandes potencias.

Sabido es que las fuerzas democráticas no demostraron, después de la primera guerra mundial, la suficiente presencia de espíritu para sobreponer los intereses democráticos por encima de los partidistas y económicos, y al final estuvieron a punto de perder la democracia y su propia existencia.

No puede tolerarse que la intolerancia se adueñe de la política, y para evitarlo no hay otra solución que la de anteponer los intereses de la sociedad, de la Patria que es más que la nación, pues incluye los valores intangibles de cada país, a los de grupos más o menos poderosos, y reconstruir un lenguaje político y social basado en la realidad, no en demagógicas afirmaciones, promesas, controversias históricas y religiosas, y tranquilizadoras descripciones de un futuro radiante en el que nadie puede creer desde la perspectiva actual.

La democracia está atacada por la indiferencia, y cuando ésta se desprecia como insignificante, es que el lenguaje democrático está siendo superado por la demagogia. La democracia es, en periodo de crisis, decir la verdad ante todo. El ciudadano demócrata comprenderá y agradecerá que se le diga la verdad. Lo contrario es practicar la demagogia, que es el lenguaje del totalitarismo o de los necios.

Un ejemplo claro de demagogia se da por los herederos de la escuela del Virrey de Nueva Granada, en América del sur. Allí, junto con algunos países, construyeron un discurso populista de izquierdas, destinado a explotar en su favor la terrible desigualdad de estos países, culpando de todos los males a un enemigo exterior: la globalización capitalista, el imperialismo de USA, el neocolonialismo español, la rapiña de empresas extranjeras, etc. Todo servía y sirve para tapar la realidad. Luego si se consigue llegar al Gobierno se impulsa una reforma constitucional aprovechando una mayoría coyuntural para cambiar las reglas del juego. Se ata de pies y manos a los medios de comunicación. Se programa una amplia penetración en la sociedad civil, destruyendo el capital social existente y sustituyéndolo por formas de control partidista que al final llevan a la corrupción y el chantaje de unos pocos frente a los demás. El fin perseguido será siempre el perpetuarse en el poder.

Los pobres siguen siendo los mismos, como señalaba Eugenio d'Ors en uno de sus escritos, y yo añadiría y los ricos también. Hay que reflexionar, dialogar y consensuar, aunque es difícil, la cultura democrática de la sociedad no se hace de hoy para mañana, y puede tener sus momentos de crisis, acompañados siempre de crisis económica. En España debemos imponernos que hay que ayudar a aprender y defender la democracia y la libertad responsable, que está compuesta de derechos y deberes, además de las conquistas sociales y los derechos humanos.

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