Son inciertos los caminos de la filosofía

No es a través de los sentidos, cómo el alma adquiere la sabiduría, sino por medio de la inteligencia y la bondad; atributos sutiles, imposibles de fundir con la materia. Aquellos que nos precedieron, advirtieron en el ser humano capacidades ocultas; cualidades en estado de latencia, que esperan su momento para eclosionar. Pero muchas de esas semillas nunca llegan a germinar.

En nuestro tiempo, faltan motivaciones para perseguir esos sueños. La filosofía, siempre precaria en certezas, no es una ciencia exacta. Tampoco es fácil comprender sus postulados. Pues, muchas veces, invierte el sentido de los conceptos, y es necesario apelar a la inteligencia para descifrar qué nos quiere decir.

Se necesitan inquietudes renovadas para retomar el camino, en el punto en que lo dejaron los grandes pensadores que nos precedieron. Hoy, contamos con mejores medios para investigar, incluso en la esfera del pensamiento. Pero, el pragmatismo de las costumbres, nos aleja de los propósitos de nuestros antepasados. Sin embargo, seguimos hablando de ellos. Sus razonamientos, se han convertido en pilares de nuestra cultura, porque sus verdades no han sido rebatidas, ni sustituidas por otras con mayores cotas de veracidad.

Señalaron caminos no alejados de la inteligencia y la bondad. Ambas cosas nunca deben separarse. La inteligencia es incisiva, penetrante, ilimitada, pero la bondad es generosa, fraterna y necesaria, para distribuir el conocimiento antes de que se pierda en los barbechos de la mediocridad. La inteligencia sin la bondad, es un elemento ciego, capaz de penetrar en la oscura bóveda del mal.

Pero los caminos de la sabiduría son inciertos. Ninguna escuela filosófica dejó expedito el camino de la verdad. Quizá porque la sabiduría, no es otra cosa que, una disposición del alma; un estado especial del ser humano, capaz de congelar el espacio y el tiempo para profundizar en lo desconocido. Ese instante luminoso, es tan efímero, que no permite reaccionar a la razón. Ninguna certeza se advierte como fruto de nuestras reflexiones.

La sabiduría, por tanto, es innombrable, incierta, misteriosa, volátil e inconsistente. Nadie la ha retenido el tiempo suficiente para poder definirla. Pues, de la misma forma que la sentimos cercana, a través de una intuición que nos eleva, en poco tiempo, volvemos a caer en la oscuridad de la rutina, sin apreciar rastro de certezas.

Aún así, acusamos su ausencia. Algo que estuvo a punto de ser nuestro, se escapó. Esta historia se repite, porque no nos conformamos con lo que somos y tenemos. Quizá porque nuestros anhelos, son lazos que nos unen al promotor de la vida. Pero vivimos en un mundo de realidades tangibles y, por eso, apelamos a la evolución. A través de ella, previsiblemente, descubriremos el origen de la vida. Sin embargo, el hambre de inmortalidad no desaparece, aunque sea de barro el habitáculo del alma.

Esta mezcla de sensaciones y esperanzas que nos elevan y nos obligan a caer; este juego misterioso que no llegamos a comprender, lo llamamos confusión. Como hojas que flotan en el aire, salvamos los espacios. Hoy aquí, mañana allí y, siempre, en ninguna parte. Porque, ninguna parte se llama, el lugar donde permanecemos con la mochila repleta de preguntas.

No estaban equivocados aquellos que, hace mucho tiempo, marcaron los caminos. La condición del hombre no es nueva. Las inquietudes de ayer permanecen intactas, por que, ninguna verdad de las que nos inquietan, se ha descubierto. Pero, hoy, ni siquiera la buscamos.